martes, 5 de febrero de 2013

La verdadera necesidad de unión de los cazadores


Resulta frecuente escuchar en los distintos foros o espacios de debate vinculados al sector cinegético que uno de los mayores problemas de los cazadores es que no estamos unidos. El argumento es sencillo, si los cientos de miles de aficionados con licencia de caza estuviéramos todos a una, los gobiernos temblarían ante nuestras peticiones y las perdices brotarían debajo de las piedras. En la mayoría de los casos, esta postura procede de una bienintencionada fe en la llegada de tiempos mejores, más que de un análisis realista de los verdaderos problemas del campo y los cazadores. De hecho, la Federación Española de caza cuenta con 390.000 federados distribuidos en sus distintas federaciones autonómicas [1], cifra bastante mayor que la suma de las principales asociaciones ecologistas - Ecologistas en Acción (34.000 socios); Greenpeace (100.961 socios); WWF-Adena (20.000 socios) [2] -. Sin embargo la importancia de estos grupos conservacionistas en la vida social del país – organización de eventos de debate, presencia en medios de comunicación, participación democrática en las actividades ligadas al medio ambiente - es mucho más relevante y respetada que la de las respectivas federaciones autonómicas u otras asociaciones de cazadores. Este hecho demuestra que no es tan importante el número de personas que se unan, como la propia dinámica de funcionamiento de la asociación.


Volviendo a la caza, el actual modelo asociativo predominante en nuestro país son las federaciones autonómicas. Dichas federaciones se han demostrado altamente ineficaces en la conservación de las especies cinegéticas e intereses de los cazadores. El marcado servilismo mostrado ante determinados Gobiernos Autonómicos las ha convertido en asociaciones políticamente parciales e incapacitadas para articular una defensa del campo independiente. Asimismo, la ausencia de democracia interna convierte las líneas de actuación de estos organismos en las decisiones personales de sus dirigentes, ya que no existe un programa específico a seguir, ni los socios pueden votar ni opinar directamente sobre los temas más importantes. Sin embargo, en el caso de que existiera un hipotético escenario en el que las federaciones no mantuvieran sus estructuras de poder inalterables y fuesen más imparciales, difícilmente podrían velar por los intereses de todos los cazadores por una sencilla razón; no son los mismos.
Uno de  uno de los puntos que limita que la mayor parte de los cazadores puedan ver defendidos sus intereses en una sola asociación o federación de cazadores, son las importantes diferencias existentes entre los propios cazadores. Resulta incoherente que pueda existir un movimiento asociativo con puntos de vista que en muchos casos llegan a ser antagónicos. Aunque a muchos les cueste aceptarlo, en la caza hay intereses contrapuestos, y es imposible defender determinados asuntos sin cuestionar otros. Los discursos sentimentalistas que apelan a la unión suelen obviar interesadamente que los problemas no nos afectan a todos por igual. Un claro ejemplo es el recurrente lema de muchos de nuestros gobernantes, que abogan por el concepto de nación y el sacrificio de todos los ciudadanos para salir de la mal llamada crisis [3,4], cuando es evidente que esta no nos afecta a todos por igual [5,6]. Por este mismo motivo existen distintas concepciones o intereses enfrentados dentro del mundo de la caza que convendría definir con claridad:


1 - Modalidades de caza

Las políticas medioambientales nos afectan indistintamente según que especies cacemos. El estado actual de la caza mayor respecto a la menor es un claro ejemplo de estas diferencias. El hecho de que el hábitat de ciervos y jabalíes se encuentre principalmente en áreas forestales, cada vez más extensas y tranquilas debido al abandono rural y agrícola, implica que el área de distribución de reses y lobos sea cada vez mayor [7]. Sin embargo, la mayoría de especies de caza menor están ligadas a ecosistemas agrícolas, por lo que dicho abandono rural y la intensificación de la agricultura (químicos, regadíos, monocultivos, etc.) perjudican la situación de la mayor parte de estas especies [8]. En este sentido, y asumiendo que vivimos en una sociedad predominantemente individualista, poco pueden parecerse las preocupaciones en este aspecto del señor que cada año visita unas cuentas monterías, del que ha visto como han desaparecido las perdices y tórtolas de su coto.

2 - Estatus económico o clase social

Otro factor fundamental que nos diferencia como cazadores es nuestra situación económica y grado de solidaridad con el cazador sin recursos. Si un cazador ha perdido su empleo, o su empobrecida economía le impide apuntarse a un coto, su única posibilidad de cazar estará ligada a Cotos Sociales u otro tipo de terrenos similares financiados por las administraciones públicas [9]. No hace falta decir que en muchos casos, no en todos, cazadores con una economía boyante y que puedan permitirse un gasto en caza de miles de euros anuales, no tendrán entre sus reivindicaciones que estos espacios sean financiados por el ente público, incluso algunos criticarán sus existencia. Solo hace falta ver la tímida y bochornosa reacción de determinadas federaciones ante la eliminación de los Terrenos Libres y Cotos Sociales [10], comparada con la famosa manifestación de los cazadores ante la aprobación de la Ley de Patrimonio Natural y Biodiversidad (42/2007). Los promotores de dicha manifestación convirtieron una ley inocua para la caza en un ataque a la actividad cinegética, instrumentando políticamente el miedo de los cazadores. Sin embargo cuando se han producido ataques reales a los cazadores, como las subidas de los precios de las licencias de caza o la eliminación de Cotos Sociales o Terrenos Libres, parece que manifestarse no es lo oportuno. Evidentemente, los actuales representantes de los cazadores no velan por que las personas con menos recursos puedan cazar, mas bien pareciera que defienden otros intereses, y en eso muchos no estamos ni estaremos de acuerdo (Ver entrada anterior).


3 - Ética y conducta en el campo

Nuestro comportamiento en el campo es probablemente el factor que más nos aleja entre cazadores. Desde el punto de vista ético, no es comparable la perspectiva de un señor que no está dispuesto a asumir ninguna limitación en el número de capturas o que se conforma con tirar perdices de granja, de los que estaríamos dispuestos a cazar menos o nos avergüenza disparar sobre una animal criado en cautividad. Algunos nos sentimos mas lejos de los que organizan o acuden a una tirada de tórtolas en un cebadero, saltándose los cupos y acribillándolas, que de los propios ecologistas que piden su moratoria [11].  Por eso, la cuestión no es caza si o caza no, sino que modelo de caza defendemos exactamente. Es incompatible que en una misma asociación convivan cazandangas y escopeteros con cazadores responsables que les duele el campo. ¿Cuántos estarían dispuestos a que prohibiesen las sueltas de perdices de granja, a que prohibiesen los cercones, o a respetar honradamente los cupos?


4 - Intereses económicos frente a medioambientales

Este elemento lo podríamos supeditar al ético, pero consiste básicamente en que muchos negocios asociados a la actividad cinegética son francamente inmorales e incompatibles con una caza ética y sostenible. Algunos ejemplos son: las cacerías de zorzales o tórtolas que no respetan los cupos, la venta de perdices de granja, las cacerías en cercones y en explotaciones de caza mayor con densidades excesivas, y así un largo etcétera. ¿Defendemos la misma caza los que estamos en contra de estas prácticas y los que las practican y justifican? La caza debe ser un aprovechamiento sostenible y respetuoso con el campo por encima de los negocios particulares. El factor económico como prioridad también choca frontalmente con la necesaria tecnificación de la caza. Los que entendemos que tienen que ser la ciencia y el conocimiento especializado los que deben marcarnos como y cuanto debemos cazar divergemos absolutamente con los que quieren cazar igual que hace 15 años auspiciados en sus propias creencias.

Dicho esto, ¿como es posible que con unos intereses y sensibilidades tan diversas muchas voces respetables aboguen por la unión de los cazadores en un frente común? La respuesta es clara, el miedo. Esta emoción, que se basa en la percepción de un peligro real o supuesto, tiene una gran capacidad de unir a la gente, así como de paralizarla. En este caso, el temor responde a una futura prohibición de la caza, ya que los ecologistas y la sociedad urbanita consideran esta una actividad antagónica e inmoral. En este sentido, es evidente que para muchas personas la caza es algo detestable, sin embargo, esta percepción nace en muchos casos de una desinformación mediático-social, y en otros de un planteamiento moral que no tiene por que ser más válido que el de un cazador responsable. Aun así, una sociedad avanzada no debe asumir la caza como una exigencia de un colectivo numeroso que impone sus propios dogmas. Mas bien, deberían ser los argumentos lo que convenciesen y situasen a esta como una actividad social que bien planteada implica beneficios ambientales y económicos. Lo que está claro, es que si seguimos en la línea actual muchas especies desaparecerán antes de que las veden, y casi prefiero lo segundo.

La unión que hoy es más necesaria que nunca es la de aquellas personas que tengan una concepción de la caza responsable y adaptada a la nueva realidad del campo. Estas deben organizarse y asociarse en un colectivo que, huyendo de falsos miedos, exponga con claridad sus principios y exigencias. Los integrantes de esta futura e hipotética asociación deberían asumir y defender una caza basada en la estricta conservación del campo y las poblaciones de especies cinegéticas, enfatizando en los valores sociales y éticos de la actividad, y apoyándose en todo caso en criterios técnicos. Por otro lado, el hecho de que surgiera una nueva asociación con estas características no implicaría que no se pueda estar de acuerdo y hacer frente común con otras asociaciones cinegéticas en diversas cuestiones en las que la mayoría de los cazadores estamos de acuerdo. Un claro ejemplo de esta compatibilidad se encuentra en las asociaciones ecologistas, ya que, aunque la mayoría coinciden en sus planteamientos conservacionistas, cada una tiene un enfoque diferente. Por ejemplo, Ecologistas en Acción tiene un marcado carácter anticapitalista en su defensa del medio ambiente, mientras que, por otro lado, WWF Adena no tiene un planteamiento político tan definido. Asimismo, Igualdad Animal esta fundamentalmente en contra del especismo y el maltrato animal, mientras que para las anteriores la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas tienen una mayor importancia.

La situación de extrema gravedad del campo español precisa que seamos los propios ciudadanos, en este caso los cazadores, los que tomemos la iniciativa, y no esperar a que nadie venga a solucionarnos nada ni estar todo el día pataleando. Hay que construir nuevas alternativas que permitan que los cazadores que manifestamos una inquietud real por el estado del campo y la caza podamos desarrollar toda nuestra pasión y esfuerzo en un proyecto creíble en el que nuestra voz cuente. Dejemos el puñetazo en la mesa para los mediocres. Deben ser los principios éticos y los argumentos apoyados en el trabajo de los técnicos e investigadores los que articulen nuestro discurso. Del mismo modo, una postura alejada de dogmatismos y miedos permitiría colaborar y hacer fuerza común en muchas causas con grupos conservacionistas; asuntos como el envenenamiento del campo agrícola, el uso de venenos contra depredadores o el respeto de la legislación vigente nos acercan más de lo que muchos creen.

La unión hace la fuerza, pero la unión en torno a unos principios y objetivos comunes, no a un miedo paralizante e infundado.




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