Desde
que muchos comenzáramos de niños a acompañar a nuestros padres al puesto, la caza
de palomas y tórtolas en Media Veda es uno de los momentos más intensos y
esperados del año. Lejos de ser la antesala de la temporada General, como rezan
algunas revistas cinegéticas, esta modalidad es para numerosos cazadores como
una religión, y como tal desata verdaderas pasiones. Por algún motivo especial,
quizás por la añoranza de haber coincidido con las vacaciones veraniegas cuando
éramos niños, o tal vez por el clima y paisajes estivales en que se practica, la Media Veda alberga un
genuino romanticismo difícilmente explicable. Resulta complicado disociar esta práctica
cinegética de los amaneceres, las horas de contemplación e incertidumbre, el olor
a ribera y rastrojo, y diversas sensaciones que inundan cada jornada más allá
del uso que demos al colgador. Las numerosas horas de silencio y camuflaje que
exige el puesto nos han permitido a los más curiosos disfrutar del transcurrir
de un campo ajeno a nuestra presencia. El colorido vuelo de los abejarucos, rapaces
atrapando a su presa o el merodeo de diversa fauna a escasos metros, son
algunos ejemplos de lo que la calma del puesto enriquece, si cabe, esta
modalidad de caza. Estas pinceladas de fauna y paisaje, junto a la grata
compañía de nuestros amigos en los puestos colindantes, compensan los días que
las columbiformes no frecuentan nuestro cazadero; y el buen palomero sabe que
dichas jornadas no son pocas.
Por
otro lado, la caza estival en puesto fijo tiene su propia liturgia. Vigilar los
pasos, situar correctamente los puestos, saber que piezas caen heridas para
cobrarlas inmediatamente o identificar que palomas y a que altura se deben
tirar, forman parte del protocolo inexcusable para el buen cazador de palomas y
tórtolas. Del mismo modo, la paciencia y meticulosa observación del horizonte son
factores fundamentales para no desperdiciar las oportunidades que se nos
presenten, que por lo general se reducen progresivamente según avanza la temporada.
En cualquier caso, los abundantes elementos que engrandecen esta modalidad de
caza hacen que jornadas escasas en piezas nos permitan valorar y disfrutar de
los lances aún con mayor intensidad. De
hecho, la Media Veda se extiende más allá de las horas de campo, y el olor que brota
de la cocina nos insinúa que estamos en periodo de caza estival, momento en el
que los guisos de estas aves deleitan nuestro paladar con sus genuinos sabores
y cierran así el círculo de la caza responsable y coherente.
Esta
Media Veda es la que a muchos nos quita el sueño las noches previas y demanda estar
en el monte cuando la mayoría veranea en la playa. También es la que entendemos como uno de los más bellos exponentes de la caza menor, siendo compatible
con la conservación del Medio Natural y las poblaciones cinegéticas fruto de
aprovechamiento.
Sin
embargo, hay otra Media Veda muy distinta a la descrita y que desgraciadamente
parece estar cada vez más presente. Esta es la Media Veda de los
números, la de las perchas ostentosas, la de los cebaderos, la de los cajones
de cartuchos en un día, la de los puestos doblados, la de la venta de puestos
fraudulenta; es decir, la otra Media Veda.
Los
elementos que forman parte de este esperpento, que poco tiene que ver con la
caza responsable, son fácilmente reconocibles. En el caso de los que nutren los
puestos con sus escopetas, son individuos que suelen presumir de abundantes
perchas y cartuchos tirados, tienen por costumbre no recoger las vainas y
botellas vacías, y no sienten interés alguno por llevarse lo que cazan. Son los
que consideran abatir una docena de torcaces en una tarde un mal resultado y acostumbran
a tirar absolutamente a todas las palomas que pasan – lo importante es pegar
tiros – sin importar altura, perjudicar al puesto vecino o herir animales inútilmente.
No ven en la tórtola o la torcaz un lance o pieza cobrada, sino un número que
será insignificante hasta que no se le sumen los suficientes como para presumir
en el bar de una buena cifra. Son los que cada vez que desenfundan su arma
desacreditan socialmente a los que sí practicamos una cinegética responsable. Son
los que, al igual que un parásito a su hospedador, deterioran la caza desde
dentro, son los anticaza dentro de la caza; porque eso que hacen no es cazar.
Por
otro lado, están los organizadores de tiradas enfocadas a este tipo de
individuos. En la mayoría de los casos se trata de negociantes de tercera que
con tal de vender puestos son capaces de crear falsas expectativas y actuar al
margen de todo tipo de legalidad y moral. El escenario en el que estos
supuestos orgánicos desarrollan sus prácticas lucrativas suelen ser los
cebaderos, un lugar digno de ser descrito. Lo primero que se le viene a uno a
la cabeza al observar el planteamiento de estas “zonas con suplementación de
alimento” es que no están orientadas a palomeros ni cazadores serios, sino más
bien, digámoslo así, a quien busca una percha abultada y no una jornada de caza.
Dado que en la mayoría de las ocasiones estos eventos están orientados a que la
organización gane dinero, suele permitirse doblar puestos; y muchos nos
preguntamos: ¿como se puede disfrutar de un lance cuando están tirando a una
pieza dos repetidoras a la vez? Por no hablar de las escasas opciones que se brinda
al animal. ¿Nos imaginamos haciendo lo mismo con una liebre?
Quien
tenga ocasión de observar este tipo de tiradas comerciales podrá advertir que hay
situaciones y características frecuentes. Una habitual es la del tipo que quita
la varilla y no para de tirar a piezas que están literalmente fuera de tiro, o
aquellos con tendencia a soltar los tres tiros de golpe. La palabra puesto se
desvirtúa en el maravilloso mundo de los cebaderos, convirtiéndose en simples
pantallas situadas a escasa distancia unas de otras y donde no se persigue ni
camuflar al tirador ni que las aves cumplan, sino que se peguen muchos tiros.
Así, unos puestos cortan la entrada a otros y el tiroteo no permite que apenas
entre un ave tranquila. En
otros casos, normalmente en los que el precio de los puestos alcanza
importantes sumas, la organización es mucho mas eficaz, y aquí lo que se producen
son verdaderas carnicerías entre un tiroteo incesante.
Si
algo ha caracterizado siempre la caza en puesto ha sido la espera, la contemplación, y por
supuesto la incertidumbre. Pero en la otra Media Veda se quieren garantías, y
tirar mucho, muchísimo… Lejos queda la duda de si habrán bajado tórtolas a
nuestro coto, o el nerviosismo al distinguir a lo lejos una torcaz cuya trayectoria
intentamos adivinar. Evidentemente,
no se puede negar que todos los cazadores aspiramos a hacer una buena percha gracias a haber estado en el lugar adecuado en el momento oportuno. De
hecho, la espera de una de esas jornadas exitosas puebla nuestro inconsciente y
forma parte de la esencia cinegética. Pero la mayoría de aficionados a la
paloma sabemos que dichas situaciones son muy escasas y no existe ni por asomo
el número de capturas ni la premeditación y alevosía de las tiradas
comerciales.
Otra
perversión más de los cebaderos es que son capaces de destrozar la Media Veda a
los cotos colindantes. Esto es algo a destacar por su reciente
aparición, ya que antes la paloma y tórtola se distribuía de forma natural por
las siembras de las distintas comarcas, siendo tarea del palomero vigilar y
encontrar los lugares de paso. Ahora un cebadero suplementado desde principios
de julio es capaz de dejar al coto vecino sin paloma. El perjuicio de muchos
para el beneficio de unos pocos. Todavía habrá cazadores preguntándose por qué
este año ha sido tan malo de paloma en su zona. El drama social del sálvese quién pueda y la falta de
solidaridad y respeto hacia el vecino también infectan la venatoria. ¿Esta es la
caza que pretendemos defender? Luego muchos hablan de la caza como si fuese la
patria (#OrgulloCazador), como si todos los cazadores defendiéramos lo mismo.
Recuerdan a los que ensalzan el patriotismo Made
in Gibraltar, que obvian que ni todos somos iguales ni a todos nos va igual
en este decadente país. Insistimos, no se trata de defender la caza, sino un
tipo de caza, la responsable y ética.
Siguiendo
con la responsabilidad, la caza de las migratorias no pasa por uno de sus
mejores momentos. En el caso concreto de la tórtola común (Streptopelia turtur), últimamente se cuestiona si su
aprovechamiento es compatible con la conservación de sus poblaciones. La opción
defendida por las asociaciones conservacionistas de vedar su caza [1] para
promover la mejora poblacional tendría solo un carácter simbólico, dado que el
incremento numérico está ligado a la recuperación de hábitats reproductivos.
Por este mismo motivo hay otras muchas especies que sin ser cinegéticas –
mochuelo, alcaraván o sisón - también están sufriendo descensos semejantes [2].
Con ello no se pretende negar que la caza de la tórtola extrae abundantes
reproductores, pero los ejemplares que se cazan proceden de territorios
reproductivos sanos, capaces de soportar un aprovechamiento cinegético
adecuado. El problema de la tórtola es que han desaparecido las condiciones de
hábitat para su reproducción en numerosas regiones de nuestra geografía, hecho
que impide la expansión y colonización de nuevos territorios, y con ello el
aumento numérico de la especie. El asunto da para una amplia discusión
científica, y aunque puede que nos equivoquemos, todo apunta a que vedar la especie no implicaría un incremento significativo de su población.
Dicho
esto, puede decirse que existe una Media Veda “tradicional” que resulta
compatible con la situación de la especie, ya que las capturas son mucho
menores que antaño y la presión se ha reducido considerablemente*.
Sin embargo, la otra Media Veda, la de los cebaderos y tiradas comerciales es
absolutamente inaceptable, ya que se están cazando entre unos cuantos
cazandangas acaudalados lo mismo que entre miles de cazadores. Por si fuera
poco, resulta que lo que te permite cazar una cantidad de tórtolas indecente no
es la voluntad de hacerlo, sino el capital del que dispongas. Una vez más el
dinero vuelve a poner una barrera social entre el cazador humilde que ve como
las tórtolas cada vez pasan menos por el coto de su pueblo, y los que gracias a
su cartera siguen acudiendo a tiradas organizadas que ponen en cuestión la
sostenibilidad del aprovechamiento de la especie. No hace falta decir que en
estas tiradas los cupos se incumplen sistemáticamente, o es que alguien piensa
que se pagan cantidades tan elevadas de dinero para quedarse con una docena de
piezas. Ilegalidad normalizada. Sin en este país se invirtiera dinero en la
gestión de nuestros recursos naturales en vez de enchufárselo a las grandes constructoras,
eléctricas y banca, tendríamos datos de como el grueso de las capturas de
tórtolas se concentra en las cacerías organizadas del sur peninsular.
Ahora
bien, ¿por qué los actuales representantes de los cazadores no censuran este
tipo de comportamientos inmorales en vez de tanto preocuparse de licencias
únicas y cazar en Parques Nacionales? A veces dudamos entre si son cómplices, cínicos,
incapaces, irresponsables o simplemente indiferentes. Quizás todo a la vez. Luego
cuando prohíban la Media Veda dirán que la culpa es de los ecologistas que son
muy malos… hagan sus apuestas. Lo que nunca dirán es que miraron para otro lado
cuando sabían lo de los cebaderos, lo de los reclamos electrónicos –que esa es
otra -, o que nunca apostaron por tecnificar la caza para extraer del campo solo
lo que la ciencia y técnica nos diga y no lo que piense cada paisano en su
pueblo. Es obvio que sus intereses no atienden a los de los cazadores
responsables.
Hoy
que tanto se habla de defender la caza y estar unidos, debería abrirse un
amplio debate de que tipo de caza es exactamente la que defendemos, porque, muy
a nuestro pesar, no todos abogamos por lo mismo. En el caso de la Media Veda, es
un hecho que la población de tórtola común ha descendido notablemente, pero
también es cierto que existe una caza adaptada a esta realidad en la cual se
valora el lance por encima de la cantidad de piezas cobradas. Solo así podremos
continuar disfrutando de nuestra pasión. La “otra” Media Veda, la de los
cebaderos y grandes cifras, es a todas luces inadmisible, y los que nos
consideramos comprometidos con el futuro del campo no deberíamos mirar a otro
lado cuando contemplemos estos espectáculos que nos degradan como colectivo. Tampoco
se puede permitir tratar a un ave abatida como un despojo convertido en mera
cifra. La pieza merece respeto, y eso implica ser cobrada y aprovechada, por
nosotros o nuestros seres queridos.
Ser
críticos y censurar a los que convierten la caza en una carnicería inmoral debe
ser un compromiso de todo cazador responsable. Esto es trabajar por la caza y
el campo, y no recaer en los mismos discursos victimistas y antiecologistas de
siempre. Los últimos artículos al respecto de algunos “grandes referentes” de la caza [3],[4] dejan al descubierto su
incapacidad para articular un discurso inteligente, comprometido y autocrítico
que apueste por una caza tecnificada y responsable. Dosis de corporativismo casposo
y metemiedos que son un atentado contra el razonamiento lógico.
Si
los órganos federativos, ONC y demás asociaciones cinegéticas relevantes siguen
sin posicionarse al respecto y no exigen cambios a la administración, tendremos
que ser los cazadores más concienciados los que tomemos cartas en el asunto a
título personal, y dirigirnos a las autoridades para señalar a quienes nos
ensucian y no sienten respeto por tan extraordinarias aves. No podemos tolerar
que la codicia económica de unos, y la inmoralidad de otros, ponga en peligro la
conservación de la tórtola y en tela de juicio nuestra Media Veda; porque como
dijo Malcom X: "No es culpa nuestra estar en esta situación, pero sí será
nuestra culpa si no hacemos nada por salir de ella"
* El descenso poblacional de la especie provoca que
numerosos cazadores que antes salían al campo en busca de tórtolas abandonen
esta idea tras numerosas jornadas de escaso éxito, por lo que se reduce la
presión cinegética.