miércoles, 4 de diciembre de 2013

No es lo que dicen, es lo que hacen




Cualquiera que frecuente las redes sociales ha podido comprobar el fuerte revuelo causado por las desafortunadas declaraciones de Andrés Perelló, parlamentario europeo del PSOE. Aunque hubo posterior rectificación, el protagonista en cuestión propuso en el parlamento una restricción de la caza deportiva en la UE, lo cual es absolutamente disparatado. Desgraciadamente no es la primera vez que ocurre algo así. Muchos recordarán el vídeo del Presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núnez Feijóo, arremetiendo contra la caza; declaraciones que, por cierto, ya se han encargado de eliminar de youtube [1]. En general, podría decirse que la negación de la caza que procesa parte de la ciudadanía, sea por posiciones morales o desconocimiento, también se ve reflejada en las declaraciones de sus representantes públicos. Aun así, la caza tiene un fuerte arraigo en nuestra sociedad, además de aportar importantes beneficios socioeconómicos, por lo que un planteamiento serio de su restricción es un suicidio político que hoy por hoy es impensable. 


Pues bien, lejos de sorprendernos este tipo de declaraciones contra la caza, lo que nos llama poderosamente la atención es la fuerte reacción a las declaraciones del señor Perelló mostrada por numerosos cazadores. Comentarios del tipo: “les va a votar rita” o “cuanto daño hacen a la caza declaraciones de este tipo” han sido muy frecuentes estos días. En la misma línea, la Federación castellanomanchega ha llegado a pedir la dimisión del parlamentario, la ONC su rectificación inmediata, y Jóvenes por la Caza afirmaron que era un complot orquestado por los ecologistas.

¿Y que es lo que nos sorprende de esta reacción? Pues que esos mismos que claman al cielo por las declaraciones del parlamentario no se escandalizaron mientras que el PSOE desarrollaba políticas que han favorecido el abandono rural y han barrido a perdices, codornices y tórtolas del campo agrícola español. Aunque esto pueda resultar una aclaración infantil, lo que afecta a la caza y la conservación del medio natural no son las declaraciones de los políticos a favor o en contra de la venatoria, sino las políticas que desarrollan sus partidos cuando gobiernan. No es que esté mal criticar afirmaciones como las de Perelló o las de Núñez Feijóo, ni mucho menos; pero identificar en ellas un grave ataque a la caza y no hacerlo en sus políticas ambientales resulta bastante incoherente e incluso ingenuo.

Si hacemos memoria del último periodo en el que el país fue gobernado por el PSOE, seguramente la mayoría de cazadores recordarán la figura de Cristina Narbona por ser estigmatizada como una peligrosa anticaza. Sin embargo, muy pocos podrían hacer un balance real de si las políticas desarrolladas por ese Ministerio fueron más o menos perjudiciales para el campo español que las de sus sucesores. A esto último habría que añadir que todo aquello beneficioso para la conservación del campo favorece sistemáticamente a la caza.

El contrapunto a esta situación lo dan otros políticos bastante más astutos o mejor asesorados que los anteriores. Destacan los casos de Dolores de Cospedal o Esperanza Aguirre, ya que ambas manifiestan su apoyo a la caza,   incluso llegando a practicarla [2,3]. Sin embargo, si atendemos a las políticas de sus gobiernos autonómicos podemos afirmar que la dedicación de recursos humanos y económicos a la gestión de la caza son irrisorios e incluso menores que en otras comunidades; es decir el asunto les importa un pimiento. Basta darse una vuelta por los cotos madrileños o toledanos para saber que la perdiz roja esta reduciéndose en gran parte de estas regiones a un ritmo vertiginoso. De nuevo conviene apuntar que esto sucede porque lo que en realidad afecta a las perdices nos son las afirmaciones del político, sino las políticas que desarrolla su partido cuando gobierna. Si seguimos analizando a ambas dirigentes políticas veremos que el Gobierno de Cospedal en Castilla la Mancha habla maravillas de la caza, pero en la práctica sirve caciquilmente al lobby de los regantes y sindicatos agrarios afines. Por este motivo nunca desarrollará prácticas agrícolas respetuosas con la fauna. Curiosamente los sindicatos agrarios no se conforman con declaraciones a favor de la agricultura, sino que exigen políticas concretas, y las consiguen. Esperanza Aguirre, también defensora de la caza, ha convertido la Comunidad de Madrid en un Scaltextric; con autovías, radiales y todo tipo de obra civil innecesaria. Para el que aún no lo sepa, las perdices y liebres llevan bastante mal que su hábitat se convierta en un polígono desierto, un campo de golf o lo atraviesen dos autovías. Pues mientras esta señora beneficiaba al lobby de las grandes constructoras destrozando centenares de cotos de la Comunidad de Madrid, no ha dudado en declarar que la caza es un aprovechamiento superbeneficioso y necesario [4]. Aguirre no perdió el tiempo afirmando que la construcción de autovías y campos de golf fuese buena, y así contentar a los sectores empresariales interesados, sino que llevó a cabo políticas que les beneficiaban y punto [5].

La necesidad de autoafirmarnos como cazadores denota en ocasiones una falta de análisis a la hora de identificar cuales son nuestros verdaderos problemas y necesidades, y más concretamente los de la caza menor. Montar un circo por unas declaraciones contra la caza puede hacernos sentir los mayores defensores de nuestra actividad, pero si no reflexionamos en profundidad no seremos más que un colectivo crédulo y altamente manipulable.

Finalmente, ahora que tanto se habla del que el campo está envenenado por la agricultura intensiva, cabe preguntarse porque los Gobiernos del bipartidismo (PSOE-PP) lejos de apostar por una agricultura sostenible, se han dedicado a fomentar los regadíos y a no mover un dedo por aplicar prácticas agrícolas respetuosas con la fauna. Podrían haberlo hecho, ya que hay estudios y propuestas concretas [6, 7, 8]. Sin embargo, no lo hacen por el rédito electoral y caciquil de servir al lobby de los regantes y sindicatos agrarios. Solicitar a los políticos que hagan cosas por la caza menor sin exigirles cambios concretos en sus políticas hacia la agricultura y ganadería es un absurdo que roza el cinismo más exacerbado. El futuro de la fauna cinegética solo es posible bajo una agricultura respetuosa, por lo que los dirigentes que se nieguen a desarrollar políticas en esta línea son cómplices de la desaparición de la caza menor; independientemente de lo que digan públicamente o su afinidad personal hacia la caza.

Insistimos, lo que afecta al futuro de la perdiz roja y la caza menor en general no son las afirmaciones del político sino las políticas concretas que desarrolle su partido. Por lo tanto, más nos vale dejar de mirarnos el ombligo e ir a la raíz del problema, porque a este paso la desaparición de la caza menor llegará mucho antes que la prohibición de su aprovechamiento.




Nota final:

Animamos a la ONC y Jóvenes por la Caza a complementar el montaje hecho con Andrés Perelló, incluyendo a Arias Cañete. Aquí dejamos una propuesta:








jueves, 7 de noviembre de 2013

Los zorzales de nuestros hijos


Ya es un secreto a voces que la llegada de zorzales a nuestro territorio poco tiene que ver con la que numéricamente se venía dando años atrás. Actualmente no se conoce ningún estudio que muestre que causas actúan para que poco a poco se vayan viendo menos pájaros. De hecho, los datos aportados por SEO/Birdlife en el programa de seguimiento de aves invernales Sacin no son aún de gran utilidad, ya que se vienen registrando desde 2008 [1]. Además, sus muestreos son llevados a cabo por voluntarios y no desarrollan una metodología específica, algo necesario en una especie con una movilidad invernal tan compleja como la del zorzal [principalmente zorzal común (Turdus philomelos) y zorzal alirrojo (Turdus iliacus)].

No obstante, hay una cosa muy clara, la presión cinegética sobre los zorzales se ha multiplicado exponencialmente en los últimos años. Esta pequeña ave ha pasado de ser una especie que no merecía ni un cartucho para la mayoría de cazadores, a convertirse en una de las piezas más codiciadas de la menor. La decadencia de la perdiz roja, y de la caza menor en general, ha empujado a muchos aficionados a redirigir su pasión hacia este túrdido. Sin embargo, no parece que el mencionado descenso haya llevado aún la preocupación a nuestros círculos cinegéticos; prevaleciendo el entusiasmo ante una temporada que se abre o los análisis locales de la situación (“en mi pueblo se siguen cazando muchos”).

Resulta curioso como a falta de estudios científicos, cosa que tienden a hacer los países avanzados, la opinión se eleva como argumentario de la actual situación. Así, en foros y artículos de opinión pueden leerse verdaderos disparates de la talla de: “ponen redes en el mar y los atrapan por miles”, “ya no hace frío en Europa y no bajan” o “los pájaros se acuerdan en que lugares los tiraron el año pasado y se van a otro sitio”. Pero más allá de los bienintencionados análisis que algunos aficionados al zorzal puedan hacer, hay una cuestión fundamental: ¿se puede gestionar igual el aprovechamiento cinegético de una especie cuando la cazan 10.000 escopetas que cuando lo hacen 100.000? Aunque la cifra es una mera estimación improvisada, la respuesta es NO. Para ser consciente de lo que implica la afirmación anterior habría que redefinir correctamente el prostituido término gestión. La gestión de la caza del zorzal no consiste en colocar los puestos en los lugares de paso, ni tampoco en ampliar la temporada para poder disfrutar de unas cuantas jornadas de caza más. Resulta que gestionar un recurso cinegético, como lo es el zorzal, implica hacer un inventario metodológicamente serio para, en función de la población que acude anualmente a nuestro territorio, decidir cuantos podemos cazar cada temporada. Esto de la gestión no es algo caprichoso, sino que permite asegurar en el tiempo la salud de la población, y por lo tanto, la continuidad de su caza. También conviene saber que el criterio que define cuantos deben cazarse no puede basarse ni en nuestra opinión, ni en la de los responsables de caza de las correspondientes autonomías; sino que debería regirse a los estudios llevados a cabo por técnicos e investigadores especializados en la materia.




La dinámica en la que estamos inmersos hoy en día, que parte de la ausencia de gestión, conlleva que sigamos cazando el zorzal como si nada pasara. De esta forma adoptamos el cómodo discurso de que las migratorias no son solo cosa nuestra, que los cupos son para los tontos, y que si el vecino la hace pues yo también, faltaría más. También seguiremos mirando para otro lado con la expansión de los reclamos electrónicos, donde la belleza del reclamo artesanal queda eclipsada por los que compensan con tecnología ilegal su mediocridad como cazadores y como ciudadanos. Por supuesto que tampoco tendremos en cuenta los miles de zorzales que cada año caen en ballestas en numerosos pueblos de nuestra geografía; y no con la inocencia del paisano que quiere hacerse un arroz, lo cual es comprensible, sino con la intensidad del que hace carne para vender a bares y otros interesados. Tampoco se nos ocurrirá cuestionar los negocietes fáciles de las tiradas organizadas, donde el billete manda y los cupos no tienen validez. Ya saben, “la caza como generadora de riqueza” [2], ¿pero a costa de que?

El final es previsible. Dentro de unos años llegará un annus horribilis del zorzal en el que todos nos echaremos las manos a la cabeza. Entonces algunos se aventuraran a decir que ya no hace el frío de antes y los pájaros se quedan en Rusia, ¿les suena? Otros dirán que han cambiado sus querencias radicalmente, que ahora entran por Portugal y viven escondidos en los huecos de los olivos, por eso no los vemos. Los más ortodoxos volcarán sus críticas contra los ecologistas y escribirán sobre la obsesión de estos contra la caza del zorzal. Y al cabo de unos años es probable que se acabe hablando de moratoria y nos situemos en el punto en el que ahora nos encontramos con la tórtola común.

A nosotros nos gusta más otro final. Aquel en el que la administración dedica recursos a la gestión de la especie, y no abre la temporada como si estuviéramos en 1989. Un futuro en el que se contratan más técnicos y se dedica más presupuesto a las secciones de caza y pesca autonómicas. Un futuro en el que se apuesta por la investigación científica y no por la opinión, utilizando los impuestos de los ciudadanos para financiar centros de investigación cinegética [3] [4] y no para privilegiar a bancos y grandes empresas [5]. Entonces las federaciones de caza reclamarían con vehemencia lo anterior, además de contención y responsabilidad a sus federados. En resumen, un movimiento que apostaría por una caza racional y tecnificada que nos alejase de la deriva en la que estamos inmersos. De esta forma nuestros hijos disfrutarían de una de las más bellas modalidades de caza, y nunca tendríamos que decirles mirándoles a los ojos que una sociedad irresponsable e individualista les privó de tan maravillosa experiencia, la caza del zorzal.




____________________________________________________________________















martes, 10 de septiembre de 2013

La otra Media Veda y los anticaza


Desde que muchos comenzáramos de niños a acompañar a nuestros padres al puesto, la caza de palomas y tórtolas en Media Veda es uno de los momentos más intensos y esperados del año. Lejos de ser la antesala de la temporada General, como rezan algunas revistas cinegéticas, esta modalidad es para numerosos cazadores como una religión, y como tal desata verdaderas pasiones. Por algún motivo especial, quizás por la añoranza de haber coincidido con las vacaciones veraniegas cuando éramos niños, o tal vez por el clima y paisajes estivales en que se practica, la Media Veda alberga un genuino romanticismo difícilmente explicable. Resulta complicado disociar esta práctica cinegética de los amaneceres, las horas de contemplación e incertidumbre, el olor a ribera y rastrojo, y diversas sensaciones que inundan cada jornada más allá del uso que demos al colgador. Las numerosas horas de silencio y camuflaje que exige el puesto nos han permitido a los más curiosos disfrutar del transcurrir de un campo ajeno a nuestra presencia. El colorido vuelo de los abejarucos, rapaces atrapando a su presa o el merodeo de diversa fauna a escasos metros, son algunos ejemplos de lo que la calma del puesto enriquece, si cabe, esta modalidad de caza. Estas pinceladas de fauna y paisaje, junto a la grata compañía de nuestros amigos en los puestos colindantes, compensan los días que las columbiformes no frecuentan nuestro cazadero; y el buen palomero sabe que dichas jornadas no son pocas.




Por otro lado, la caza estival en puesto fijo tiene su propia liturgia. Vigilar los pasos, situar correctamente los puestos, saber que piezas caen heridas para cobrarlas inmediatamente o identificar que palomas y a que altura se deben tirar, forman parte del protocolo inexcusable para el buen cazador de palomas y tórtolas. Del mismo modo, la paciencia y meticulosa observación del horizonte son factores fundamentales para no desperdiciar las oportunidades que se nos presenten, que por lo general se reducen progresivamente según avanza la temporada. En cualquier caso, los abundantes elementos que engrandecen esta modalidad de caza hacen que jornadas escasas en piezas nos permitan valorar y disfrutar de los lances aún con mayor intensidad.  De hecho, la Media Veda se extiende más allá de las horas de campo, y el olor que brota de la cocina nos insinúa que estamos en periodo de caza estival, momento en el que los guisos de estas aves deleitan nuestro paladar con sus genuinos sabores y cierran así el círculo de la caza responsable y coherente.

Esta Media Veda es la que a muchos nos quita el sueño las noches previas y demanda estar en el monte cuando la mayoría veranea en la playa. También es la que entendemos como uno de los más bellos exponentes de la caza menor, siendo compatible con la conservación del Medio Natural y las poblaciones cinegéticas fruto de aprovechamiento.




Sin embargo, hay otra Media Veda muy distinta a la descrita y que desgraciadamente parece estar cada vez más presente. Esta es la Media Veda de los números, la de las perchas ostentosas, la de los cebaderos, la de los cajones de cartuchos en un día, la de los puestos doblados, la de la venta de puestos fraudulenta; es decir, la otra Media Veda.

Los elementos que forman parte de este esperpento, que poco tiene que ver con la caza responsable, son fácilmente reconocibles. En el caso de los que nutren los puestos con sus escopetas, son individuos que suelen presumir de abundantes perchas y cartuchos tirados, tienen por costumbre no recoger las vainas y botellas vacías, y no sienten interés alguno por llevarse lo que cazan. Son los que consideran abatir una docena de torcaces en una tarde un mal resultado y acostumbran a tirar absolutamente a todas las palomas que pasan – lo importante es pegar tiros – sin importar altura, perjudicar al puesto vecino o herir animales inútilmente. No ven en la tórtola o la torcaz un lance o pieza cobrada, sino un número que será insignificante hasta que no se le sumen los suficientes como para presumir en el bar de una buena cifra. Son los que cada vez que desenfundan su arma desacreditan socialmente a los que sí practicamos una cinegética responsable. Son los que, al igual que un parásito a su hospedador, deterioran la caza desde dentro, son los anticaza dentro de la caza; porque eso que hacen no es cazar.

Por otro lado, están los organizadores de tiradas enfocadas a este tipo de individuos. En la mayoría de los casos se trata de negociantes de tercera que con tal de vender puestos son capaces de crear falsas expectativas y actuar al margen de todo tipo de legalidad y moral. El escenario en el que estos supuestos orgánicos desarrollan sus prácticas lucrativas suelen ser los cebaderos, un lugar digno de ser descrito. Lo primero que se le viene a uno a la cabeza al observar el planteamiento de estas “zonas con suplementación de alimento” es que no están orientadas a palomeros ni cazadores serios, sino más bien, digámoslo así, a quien busca una percha abultada y no una jornada de caza. Dado que en la mayoría de las ocasiones estos eventos están orientados a que la organización gane dinero, suele permitirse doblar puestos; y muchos nos preguntamos: ¿como se puede disfrutar de un lance cuando están tirando a una pieza dos repetidoras a la vez? Por no hablar de las escasas opciones que se brinda al animal. ¿Nos imaginamos haciendo lo mismo con una liebre?
Quien tenga ocasión de observar este tipo de tiradas comerciales podrá advertir que hay situaciones y características frecuentes. Una habitual es la del tipo que quita la varilla y no para de tirar a piezas que están literalmente fuera de tiro, o aquellos con tendencia a soltar los tres tiros de golpe. La palabra puesto se desvirtúa en el maravilloso mundo de los cebaderos, convirtiéndose en simples pantallas situadas a escasa distancia unas de otras y donde no se persigue ni camuflar al tirador ni que las aves cumplan, sino que se peguen muchos tiros. Así, unos puestos cortan la entrada a otros y el tiroteo no permite que apenas entre un ave tranquila. En otros casos, normalmente en los que el precio de los puestos alcanza importantes sumas, la organización es mucho mas eficaz, y aquí lo que se producen son verdaderas carnicerías entre un tiroteo incesante.

Si algo ha caracterizado siempre la caza en puesto ha sido la espera, la contemplación, y por supuesto la incertidumbre. Pero en la otra Media Veda se quieren garantías, y tirar mucho, muchísimo… Lejos queda la duda de si habrán bajado tórtolas a nuestro coto, o el nerviosismo al distinguir a lo lejos una torcaz cuya trayectoria intentamos adivinar. Evidentemente, no se puede negar que todos los cazadores aspiramos a hacer una buena percha gracias a haber estado en el lugar adecuado en el momento oportuno. De hecho, la espera de una de esas jornadas exitosas puebla nuestro inconsciente y forma parte de la esencia cinegética. Pero la mayoría de aficionados a la paloma sabemos que dichas situaciones son muy escasas y no existe ni por asomo el número de capturas ni la premeditación y alevosía de las tiradas comerciales. 




Otra perversión más de los cebaderos es que son capaces de destrozar la Media Veda a los cotos colindantes. Esto es algo a destacar por su reciente aparición, ya que antes la paloma y tórtola se distribuía de forma natural por las siembras de las distintas comarcas, siendo tarea del palomero vigilar y encontrar los lugares de paso. Ahora un cebadero suplementado desde principios de julio es capaz de dejar al coto vecino sin paloma. El perjuicio de muchos para el beneficio de unos pocos. Todavía habrá cazadores preguntándose por qué este año ha sido tan malo de paloma en su zona. El drama social del sálvese quién pueda y la falta de solidaridad y respeto hacia el vecino también infectan la venatoria. ¿Esta es la caza que pretendemos defender? Luego muchos hablan de la caza como si fuese la patria (#OrgulloCazador), como si todos los cazadores defendiéramos lo mismo. Recuerdan a los que ensalzan el patriotismo Made in Gibraltar, que obvian que ni todos somos iguales ni a todos nos va igual en este decadente país. Insistimos, no se trata de defender la caza, sino un tipo de caza, la responsable y ética.

Siguiendo con la responsabilidad, la caza de las migratorias no pasa por uno de sus mejores momentos. En el caso concreto de la tórtola común (Streptopelia turtur), últimamente se cuestiona si su aprovechamiento es compatible con la conservación de sus poblaciones. La opción defendida por las asociaciones conservacionistas de vedar su caza [1] para promover la mejora poblacional tendría solo un carácter simbólico, dado que el incremento numérico está ligado a la recuperación de hábitats reproductivos. Por este mismo motivo hay otras muchas especies que sin ser cinegéticas – mochuelo, alcaraván o sisón - también están sufriendo descensos semejantes [2]. Con ello no se pretende negar que la caza de la tórtola extrae abundantes reproductores, pero los ejemplares que se cazan proceden de territorios reproductivos sanos, capaces de soportar un aprovechamiento cinegético adecuado. El problema de la tórtola es que han desaparecido las condiciones de hábitat para su reproducción en numerosas regiones de nuestra geografía, hecho que impide la expansión y colonización de nuevos territorios, y con ello el aumento numérico de la especie. El asunto da para una amplia discusión científica, y aunque puede que nos equivoquemos, todo apunta a que vedar la especie no implicaría un incremento significativo de su población.
Dicho esto, puede decirse que existe una Media Veda “tradicional” que resulta compatible con la situación de la especie, ya que las capturas son mucho menores que antaño y la presión se ha reducido considerablemente*. Sin embargo, la otra Media Veda, la de los cebaderos y tiradas comerciales es absolutamente inaceptable, ya que se están cazando entre unos cuantos cazandangas acaudalados lo mismo que entre miles de cazadores. Por si fuera poco, resulta que lo que te permite cazar una cantidad de tórtolas indecente no es la voluntad de hacerlo, sino el capital del que dispongas. Una vez más el dinero vuelve a poner una barrera social entre el cazador humilde que ve como las tórtolas cada vez pasan menos por el coto de su pueblo, y los que gracias a su cartera siguen acudiendo a tiradas organizadas que ponen en cuestión la sostenibilidad del aprovechamiento de la especie. No hace falta decir que en estas tiradas los cupos se incumplen sistemáticamente, o es que alguien piensa que se pagan cantidades tan elevadas de dinero para quedarse con una docena de piezas. Ilegalidad normalizada. Sin en este país se invirtiera dinero en la gestión de nuestros recursos naturales en vez de enchufárselo a las grandes constructoras, eléctricas y banca, tendríamos datos de como el grueso de las capturas de tórtolas se concentra en las cacerías organizadas del sur peninsular.

Ahora bien, ¿por qué los actuales representantes de los cazadores no censuran este tipo de comportamientos inmorales en vez de tanto preocuparse de licencias únicas y cazar en Parques Nacionales? A veces dudamos entre si son cómplices, cínicos, incapaces, irresponsables o simplemente indiferentes. Quizás todo a la vez. Luego cuando prohíban la Media Veda dirán que la culpa es de los ecologistas que son muy malos… hagan sus apuestas. Lo que nunca dirán es que miraron para otro lado cuando sabían lo de los cebaderos, lo de los reclamos electrónicos –que esa es otra -, o que nunca apostaron por tecnificar la caza para extraer del campo solo lo que la ciencia y técnica nos diga y no lo que piense cada paisano en su pueblo. Es obvio que sus intereses no atienden a los de los cazadores responsables.
Hoy que tanto se habla de defender la caza y estar unidos, debería abrirse un amplio debate de que tipo de caza es exactamente la que defendemos, porque, muy a nuestro pesar, no todos abogamos por lo mismo. En el caso de la Media Veda, es un hecho que la población de tórtola común ha descendido notablemente, pero también es cierto que existe una caza adaptada a esta realidad en la cual se valora el lance por encima de la cantidad de piezas cobradas. Solo así podremos continuar disfrutando de nuestra pasión. La “otra” Media Veda, la de los cebaderos y grandes cifras, es a todas luces inadmisible, y los que nos consideramos comprometidos con el futuro del campo no deberíamos mirar a otro lado cuando contemplemos estos espectáculos que nos degradan como colectivo. Tampoco se puede permitir tratar a un ave abatida como un despojo convertido en mera cifra. La pieza merece respeto, y eso implica ser cobrada y aprovechada, por nosotros o nuestros seres queridos.

Ser críticos y censurar a los que convierten la caza en una carnicería inmoral debe ser un compromiso de todo cazador responsable. Esto es trabajar por la caza y el campo, y no recaer en los mismos discursos victimistas y antiecologistas de siempre. Los últimos artículos al respecto de algunos “grandes referentes” de la caza [3],[4] dejan al descubierto su incapacidad para articular un discurso inteligente, comprometido y autocrítico que apueste por una caza tecnificada y responsable. Dosis de corporativismo casposo y metemiedos que son un atentado contra el razonamiento lógico.

Si los órganos federativos, ONC y demás asociaciones cinegéticas relevantes siguen sin posicionarse al respecto y no exigen cambios a la administración, tendremos que ser los cazadores más concienciados los que tomemos cartas en el asunto a título personal, y dirigirnos a las autoridades para señalar a quienes nos ensucian y no sienten respeto por tan extraordinarias aves. No podemos tolerar que la codicia económica de unos, y la inmoralidad de otros, ponga en peligro la conservación de la tórtola y en tela de juicio nuestra Media Veda; porque como dijo Malcom X: "No es culpa nuestra estar en esta situación, pero sí será nuestra culpa si no hacemos nada por salir de ella"



* El descenso poblacional de la especie provoca que numerosos cazadores que antes salían al campo en busca de tórtolas abandonen esta idea tras numerosas jornadas de escaso éxito, por lo que se reduce la presión cinegética.















viernes, 28 de junio de 2013

El lobo ibérico, la ganadería tradicional y la economía de mercado


El lobo ibérico (Canis lupus) siempre ha sido una especie conflictiva en el ámbito rural. Sus ataques al ganado le han supuesto la animadversión histórica de los ganaderos, lo que derivó hace décadas en una persecución que le hizo desaparecer de la mayoría de las sierras ibéricas. Actualmente se plantea un nuevo escenario en el que la especie ha ampliado considerablemente su distribución y sigue colonizando nuevos territorios. Este hecho, que a priori debería ser motivo de alegría para los amantes del medio natural, parece estar desencadenando un supuesto conflicto entre los que no desean la presencia del lobo y los que defienden su conservación. Este desencuentro ha ocupado en los últimos meses un espacio importante en redes sociales y medios de comunicación; principalmente desde la muerte de Marley, un ejemplar radiomarcado de lobo ibérico por parte de los guardas del Parque Nacional de Picos de Europa [1]. Las circunstancias en que se produjo la muerte del cánido han generado una serie de reacciones críticas más que comprensibles; no obstante, según el diario El País el dispositivo de seguimiento ya no emitía cuando el animal fue abatido [2], aunque esto ya es harina de otro costal.

Tras el mencionado incidente fue creada la Plataforma Lobo Marley, liderada por Luis Miguel Domínguez, y en la que se aboga por una “CONSERVACIÓN A ULTRANZA” de la especie [3]. Por otro lado, existe una posición completamente opuesta a la anterior, en este caso conformada por los sindicatos agrarios y parte del sector ganadero. Estos últimos identifican al lobo como un feroz enemigo que hace peligrar sus explotaciones ganaderas y actual forma de vida. Es tal el rechazo hacia el carnívoro que en Ávila se ha firmado un manifiesto promovido por UPA-COAG, al que se han adherido numerosos ayuntamientos, y en el que se solicita que la provincia sea zona “libre de lobos” [4]. Esta postura se argumenta en la incompatibilidad del lobo con el ya debilitado aprovechamiento ganadero no intensivo. Es decir, se trata básicamente de un problema económico.
Desde luego, existe bastante espacio entre ambas posiciones, y puede que los planteamientos más sensatos y argumentados se encuentren entre medias, o aún más escorados, dependiendo de cómo se quiera ver. Es nuestra intención mostrar en esta entrada parte de ese territorio de nadie, que es con el que obviamente más nos identificamos.

Resulta evidente que la explotación ganadera de régimen extensivo y semiextensivo no es un negocio redondo, de hecho su práctica implica un importante esfuerzo diario por parte de sus responsables, además de reportar beneficios económicos muy ajustados. Dicho esto, habría que cuestionarse si existiendo únicamente lobo en la mitad norte peninsular (la población de Sierra Morena es simbólica) [5], puede considerarse al lobo la verdadera causa de conflicto en la viabilidad económica de las prácticas ganaderas tradicionales. Resulta curioso como, a pesar de que en Andalucía, Castilla la Mancha, Levante o Extremadura no hay lobo; la ganadería ha sufrido y sufre en estas regiones el mismo o peor destino que en el norte del país. Por lo tanto, puede afirmarse con todo rigor que el factor común que limita y dificulta la existencia del aprovechamiento ganadero a nivel peninsular no es el lobo, sino el bajo precio al que se pagan sus productos. Es cierto que a perro flaco todo son pulgas, y que una explotación castigada por los reducidos precios a los que se paga la carne puede verse asfixiada moral y económicamente por las pérdidas que implica un ataque de lobos. También es cierto que aunque existen ayudas para los daños causados por el lobo, la tardanza y trámites burocráticos de estas pueden generar verdadera frustración a los afectados. Sin embargo, volvemos a la cuestión principal, dichas molestias y demoras por parte de la administración serían fácilmente asumibles por los ganaderos si su trabajo estuviese justamente remunerado. 

Por lo tanto, cabe preguntarse como siendo la ganadería tradicional fundamental para la conservación de nuestro medio natural y la viabilidad del mundo rural, los actuales gobernantes permiten que la recompensa a tal labor sean unos precios de venta tan injustos, entregando a pastores y ganaderos a una economía de mercado* del sálvese quien pueda y donde solo los más grandes tienen posibilidades de sobrevivir. En la misma línea, si analizamos los problemas que afronta la gente joven que quiere ganarse la vida mediante la ganadería, veremos que existen temas mucho más conflictivos que el lobo y que jamás se hacen visibles en los medios de comunicación. Entre ellos destacan: (1) la dificultad del acceso al pasto sin tener propiedad de tierras, (2) el estancamiento de los precios de venta respecto al aumento progresivo de gastos de costes de producción, y (3) la cuestionable calidad de vida del pastor-ganadero (60 horas semanales sin fines de semana y pocas vacaciones) [6]. Es aquí, y no en el lobo ibérico, donde está el verdadero debate sobre el futuro de la ganadería tradicional.



La colonización por parte del lobo de nuevos territorios es a todas luces un valor positivo para el medio natural. Esta especie cumpliría un rol ecológico ausente durante años en la mayoría de nuestras serranías, realizando un control de los ungulados que resultaría fundamental, aunque quizás no suficiente, en numerosos montes donde el aumento de la caza mayor está empezando a suponer un problema en el regenerado del arbolado, accidentes de tráfico, caza menor, etc. Un claro ejemplo son determinados espacios naturales de Montes de Toledo y Sierra Morena donde las propias guarderías tienen que cazar anualmente cientos de ciervas y gamas con el coste que ello supone, y aún así las poblaciones están muy por encima de lo que la vegetación puede soportar. En estos casos unas buenas poblaciones de lobo limitarían el crecimiento poblacional de estos herbívoros, siendo un aliado en la gestión forestal. Asimismo, las poblaciones de jabalí tendrían mayor control, y conejos y perdices recibirían un respiro en aquellos lugares donde la densidad de estos omnívoros comienza a ser un problema para la caza menor. De hecho, esta última es la base trófica principal para algunas de las especies más amenazadas de nuestra fauna como el lince ibérico o el águila imperial. En Norteamérica ya fue demostrado que mediante un proceso en cascada, los lobos pueden regular las poblaciones de herbívoros, modificando así la vegetación y favoreciendo o perjudicando a otras especies de fauna [7]. Es, y debe ser, obligación de la Administración buscar el mayor equilibrio posible de los ecosistemas, poniendo los medios económicos y humanos necesarios para tales fines; y en dicho equilibrio necesariamente se encuentra la presencia del lobo.

Por otra parte, da la impresión de que la falta de rigor y uso permanente de la demagogia por quienes desean que el lobo jamás regrese, provoca una reacción semejante en cierto sector conservacionista. El uso de la palabra exterminio forma parte consustancial de la crítica a la caza del lobo, lo cual pone a la misma altura a ambas posturas en lo que a tasas de demagogia o desinformación se refiere. El aprovechamiento cinegético del lobo en aquellos lugares donde su presencia es estable favorece el desarrollo económico y social de las zonas rurales en que tiene lugar. Económico, porque cuando se subastan los ejemplares permitidos en cada zona se recaudan importantes sumas de dinero, dando un valor añadido al monte. Y social, porque los ganaderos perciben un control poblacional sobre el carnívoro y se mantiene una actividad que fortalece el vínculo entre aquellos cazadores que viven en la ciudad y sus pueblos de origen, con todo lo que ello implica para estas zonas. Pocos cazadores recorren 200 kilómetros para cazar un conejo, pero la motivación de cazar un lobo puede ser determinante en este sentido. También debe tenerse en cuenta que el mundo rural tiene sus propias inercias, nos gusten o no. Es decir, si el lobo aparece en grandes fincas del sur peninsular y no se percibe a medio plazo como un beneficio para la propiedad, o lo que es lo mismo, que en un futuro se pueda cazar; pues será planteado como una alimaña que solo puede acarrearles molestias. Entonces si que se correrá el riesgo de que los guardas de estos lugares limiten seriamente la expansión de la especie y su conservación. Por espinoso y complejo que pueda parecer esto último, los contextos sociales no pueden cambiarse de un día para otro, pero una gestión eficaz debe tenerlos en cuenta. Es decir, plantear la caza como algo factible al sur del Duero a medio plazo podría favorecer la conservación y expansión del la especie en las regiones más meridionales; y desde luego, no es ningún disparate si se lleva a cabo correctamente.
Afirmar que la caza legal pueda exterminar al lobo es negar las circunstancias que han provocado su avance en los últimos años; que no son otras que las que han favorecido a la caza mayor en general: el abandono del monte y la matorralización progresiva de hábitats forestales y agrícolas. Si a esto le sumamos la astucia del animal y la dificultad de su captura, es obvio que en un mundo rural pseudo-abandonado la caza deportiva no es un peligro para una especie en franca expansión. Otro asunto son las distintas sensibilidades y cuestiones morales al respecto.

La recolonización de nuestros montes por parte del lobo ibérico es una oportunidad para generar un medio natural más equilibrado y diverso. Por lo tanto, el conflicto que se plantea con la ganadería tradicional habría que llevarlo a otro ámbito de debate: ¿Por qué la ganadería tampoco resulta rentable en aquellos lugares donde no hay lobo? Solo así se podrá abordar con seriedad cual es el problema real de este colectivo, que es el mismo que el de la agricultura: no se paga un precio justo por sus productos. Resulta incongruente criticar la presencia del lobo por sus daños económicos a los ganaderos, sin antes señalar a una economía de mercado que poco a poco lleva a los sectores tradicionales al colapso o a prácticas incompatibles con la conservación del medio natural. En la actual coyuntura política en la que tanto el partido gobernante (PP) como sus equivalentes ideológicos en la oposición (PSOE-UPyD-CIU-PNV) son entusiastas de la economía de mercado más irracional, es decir neoliberales; la única alternativa que puede enmendar los injustos precios de mercado son los circuitos de comercio justo. En ellos, la ausencia de intermediarios y la valoración económica por parte del comprador de las prácticas respetuosas con el medio ambiente, generan unos precios dignos para el productor y permite la viabilidad económica de sus explotaciones tradicionales. No obstante, a día de hoy solo la ciudadanía más concienciada acude a estas alternativas, por lo que a medio plazo urgen soluciones estructurales que solo son viables si están acompañadas del necesario cambio político (y no de partido) que urge en nuestro país.

Puede que uno de los grandes retos del futuro sea que la ciudadanía asuma que existe vida fuera de un sistema de mercado ultracompetitivo. Negar el verdadero problema de base solo convertirá la frustración de los que se ahogan económicamente (en este caso los ganaderos) en una pelea contra el lobo o contra su vecino, pero nunca contra lo que se asume como inamovible o, en el peor de los casos, como dogma de fe.


* Cuando se utiliza el término economía de mercado se aduce al fanatismo ideológico que actualmente deja personas sin casa y casas sin personas, y no al método de transacciones que tradicionalmente ha marcado los precios de los productos en función de la oferta y la demanda.


 ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------









[7] Berger, J., Stacey, P.B., Bellis, L., Johnson, M.P. (2001). A mammalian predator-prey imbalance: grizzly bear and wolf extincion affect avian Neotropical migrants. Ecological Applications, 11: 947-960. http://web.dbs.umt.edu/bergerlab/images/stories/39.pdf



miércoles, 6 de marzo de 2013

Eurovegas se construirá sobre un coto de caza


La repercusión mediática que ha tenido la futura construcción del macrocomplejo Eurovegas ha conseguido que la mayoría de los ciudadanos conozcamos el desarrollo de este proyecto en la Comunidad de Madrid. Todo parece indicar que los futuros casinos y campos de golf no serán más que una continuación del modelo de grandes obras y especulación que ha llevado a este país a la situación actual [1] [2]; por lo tanto, muchos ciudadanos convendrán que estos negocios poco ayudan – ni ayudarán - a solucionar los problemas reales de los madrileños. Sin embargo, más allá de estas consideraciones, Eurovegas es probablemente el mejor ejemplo de la actitud mostrada por la mayoría de cazadores ante estos fenómenos de degradación y destrucción del campo. Me explico. Muchos tendríamos que volver a nacer para no sufrir cada vez que observamos verter hormigón y cemento sobre rastrojos y montes. He visto como grandes cotos de perdiz y liebre han sido fragmentados por carreteras y líneas de alta velocidad. He visto como arroyos y manantiales donde pude cazar tórtolas y codornices se convertían en asfalto. He visto grandes cazaderos convertirse en polígonos fantasma. Y lo que es peor, he visto a cientos de cazadores afectados por este falso desarrollo no mover ni un dedo para evitarlo.
El caso de Eurovegas es un ejemplo muy didáctico de esta lamentable realidad. En esta ocasión el coto de caza afectado por el citado macroproyecto es el Vedado Viejo, un mítico corredero de liebres situado en Alcorcón y conocido por todos los aficionados al galgo [3]. En estos campos de cultivo se celebraron cuatro finales del campeonato de España de Galgos, cosa que probablemente jamás volverá a ocurrir.


A todas luces resultaría lógico que un colectivo como el galguero, principal interesado en conservar un patrimonio natural tan emblemático para el desarrollo de su afición, se hubiera posicionado en contra de esta iniciativa industrial y hubiera tomado las acciones de protesta o legales pertinentes. Pero la realidad es aplastante, salvo los lamentos expuestos en algún foro por contados galgueros, nada de esto ha ocurrido. Desgraciadamente estos silencios no son una novedad en la Comunidad de Madrid, donde en los últimos 10 años decenas de magníficos cotos de caza han sido mutilados por radiales y líneas de alta velocidad con una respuesta inexistente por parte de nuestro colectivo. Y es que, por muy triste que parezca, la resignación baña las palabras de la mayoría de los cazadores cuyos cotos han sido víctimas de este falso progreso que todo lo impregna. Esta actitud siempre me ha llamado la atención, ya que me consta que somos muchos los que después de llevar años cazando en una misma zona, sentimos esos cerros y arroyos como si fueran nuestros. Allí se narran horas de nuestras vidas, allí señalamos nuestros lances, allí aprendimos grandes lecciones del fluir del campo. Entonces, ¿Cómo puede existir tanta pasividad ante el robo de algo que forma parte de nuestro patrimonio vital?

En un esfuerzo por encontrar los motivos, que siempre los hay, surgen algunas hipótesis. Por una parte, este tipo de infraestructuras (radiales, AVE, macropolígonos) proceden de iniciativas de las propias administraciones públicas. Debido a esto, y a que las Federaciones de Caza muestran en muchas comunidades un total servilismo y falta de autonomía ante sus gobernantes, resulta imposible que muerdan la mano que les da de comer. Por otro lado, está el factor cultural; es decir, al igual que muchos ciudadanos afectados por la mal llamada crisis sienten ilusamente que manifestarse es solo cosa de comunistas y sindicalistas, ocurre que para no pocos cazadores defender el medio ambiente mediante protestas y acciones judiciales es patrimonio de los grupos ecologistas. Curiosamente, son los propios ecologistas los que en este caso si están intentando salvar el Vedado Viejo [4], no por ser coto, que ya conocemos nuestras discrepancias, pero si por ser campo y por una cuestión de sentido común. 

En último lugar estarían aquellos que excusan, e incluso defienden, su inmovilismo en el empleo que generan estas grandes obras. Sin embargo, basta leer a expertos en economía ambiental como José Manuel Naredo [5] o el reciente y recomendable libro “Infraestructuras de transporte y crisis“ de Paco Segura [6], para entender que los fines que persiguen la construcción de grandes infraestructuras no son generar empleo ni cubrir demandas sociales, sino satisfacer la codicia económica de las grandes constructoras nacionales. Aeropuertos sin aviones o trenes de alta velocidad sin pasajeros les deberían abrir los ojos al más escéptico. Por lo tanto, no estamos hablando de que nuestros cotos se vean afectados por la construcción de un hospital, un colegio o un campus universitario; nos referimos a situaciones claramente injustas que buscan el beneficio de unos pocos por encima de las verdaderas necesidades sociales y la conservación de nuestros patrimonio natural [7].




Por otro lado, la incultura medioambiental que reina en nuestra sociedad provoca que para la mayoría de ciudadanos los paisajes de cultivos cerealistas salpicados de árboles solitarios apenas tengan valor ambiental. Desde luego, el que no conoce no valora, y las estepas madrileñas y de otros muchos lugares no están en el imaginario colectivo de paisajes a proteger. Sin embargo, los cazadores – principalmente los de menor -  conocemos de primera mano la riqueza cinegética que nos brinda el paisaje “castellano”, los que nos debería hacer sentir responsables de su protección. Muchos de los que afirman abiertamente que los cazadores somos los mayores ecologistas deberían hacer autocrítica y observar nuestra aterradora inmovilidad ante la degradación y destrucción de nuestros cotos. Eso, o hablar con un poco mas de propiedad. 

De momento, la plataforma S.O.S. Salvemos la Perdiz Roja [8] es un pequeño gran avance, que nos señala cómo es posible llevar a cabo iniciativas entre cazadores comprometidos con la conservación, más allá de la dependencia a órganos federativos.



-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------







[6] Paco Segura. 2012. Infraestructuras de transporte y crisis. Grandes Obras en tiempos de recortes sociales. Prólogo de José Manuel Naredo.









martes, 5 de febrero de 2013

La verdadera necesidad de unión de los cazadores


Resulta frecuente escuchar en los distintos foros o espacios de debate vinculados al sector cinegético que uno de los mayores problemas de los cazadores es que no estamos unidos. El argumento es sencillo, si los cientos de miles de aficionados con licencia de caza estuviéramos todos a una, los gobiernos temblarían ante nuestras peticiones y las perdices brotarían debajo de las piedras. En la mayoría de los casos, esta postura procede de una bienintencionada fe en la llegada de tiempos mejores, más que de un análisis realista de los verdaderos problemas del campo y los cazadores. De hecho, la Federación Española de caza cuenta con 390.000 federados distribuidos en sus distintas federaciones autonómicas [1], cifra bastante mayor que la suma de las principales asociaciones ecologistas - Ecologistas en Acción (34.000 socios); Greenpeace (100.961 socios); WWF-Adena (20.000 socios) [2] -. Sin embargo la importancia de estos grupos conservacionistas en la vida social del país – organización de eventos de debate, presencia en medios de comunicación, participación democrática en las actividades ligadas al medio ambiente - es mucho más relevante y respetada que la de las respectivas federaciones autonómicas u otras asociaciones de cazadores. Este hecho demuestra que no es tan importante el número de personas que se unan, como la propia dinámica de funcionamiento de la asociación.


Volviendo a la caza, el actual modelo asociativo predominante en nuestro país son las federaciones autonómicas. Dichas federaciones se han demostrado altamente ineficaces en la conservación de las especies cinegéticas e intereses de los cazadores. El marcado servilismo mostrado ante determinados Gobiernos Autonómicos las ha convertido en asociaciones políticamente parciales e incapacitadas para articular una defensa del campo independiente. Asimismo, la ausencia de democracia interna convierte las líneas de actuación de estos organismos en las decisiones personales de sus dirigentes, ya que no existe un programa específico a seguir, ni los socios pueden votar ni opinar directamente sobre los temas más importantes. Sin embargo, en el caso de que existiera un hipotético escenario en el que las federaciones no mantuvieran sus estructuras de poder inalterables y fuesen más imparciales, difícilmente podrían velar por los intereses de todos los cazadores por una sencilla razón; no son los mismos.
Uno de  uno de los puntos que limita que la mayor parte de los cazadores puedan ver defendidos sus intereses en una sola asociación o federación de cazadores, son las importantes diferencias existentes entre los propios cazadores. Resulta incoherente que pueda existir un movimiento asociativo con puntos de vista que en muchos casos llegan a ser antagónicos. Aunque a muchos les cueste aceptarlo, en la caza hay intereses contrapuestos, y es imposible defender determinados asuntos sin cuestionar otros. Los discursos sentimentalistas que apelan a la unión suelen obviar interesadamente que los problemas no nos afectan a todos por igual. Un claro ejemplo es el recurrente lema de muchos de nuestros gobernantes, que abogan por el concepto de nación y el sacrificio de todos los ciudadanos para salir de la mal llamada crisis [3,4], cuando es evidente que esta no nos afecta a todos por igual [5,6]. Por este mismo motivo existen distintas concepciones o intereses enfrentados dentro del mundo de la caza que convendría definir con claridad:


1 - Modalidades de caza

Las políticas medioambientales nos afectan indistintamente según que especies cacemos. El estado actual de la caza mayor respecto a la menor es un claro ejemplo de estas diferencias. El hecho de que el hábitat de ciervos y jabalíes se encuentre principalmente en áreas forestales, cada vez más extensas y tranquilas debido al abandono rural y agrícola, implica que el área de distribución de reses y lobos sea cada vez mayor [7]. Sin embargo, la mayoría de especies de caza menor están ligadas a ecosistemas agrícolas, por lo que dicho abandono rural y la intensificación de la agricultura (químicos, regadíos, monocultivos, etc.) perjudican la situación de la mayor parte de estas especies [8]. En este sentido, y asumiendo que vivimos en una sociedad predominantemente individualista, poco pueden parecerse las preocupaciones en este aspecto del señor que cada año visita unas cuentas monterías, del que ha visto como han desaparecido las perdices y tórtolas de su coto.

2 - Estatus económico o clase social

Otro factor fundamental que nos diferencia como cazadores es nuestra situación económica y grado de solidaridad con el cazador sin recursos. Si un cazador ha perdido su empleo, o su empobrecida economía le impide apuntarse a un coto, su única posibilidad de cazar estará ligada a Cotos Sociales u otro tipo de terrenos similares financiados por las administraciones públicas [9]. No hace falta decir que en muchos casos, no en todos, cazadores con una economía boyante y que puedan permitirse un gasto en caza de miles de euros anuales, no tendrán entre sus reivindicaciones que estos espacios sean financiados por el ente público, incluso algunos criticarán sus existencia. Solo hace falta ver la tímida y bochornosa reacción de determinadas federaciones ante la eliminación de los Terrenos Libres y Cotos Sociales [10], comparada con la famosa manifestación de los cazadores ante la aprobación de la Ley de Patrimonio Natural y Biodiversidad (42/2007). Los promotores de dicha manifestación convirtieron una ley inocua para la caza en un ataque a la actividad cinegética, instrumentando políticamente el miedo de los cazadores. Sin embargo cuando se han producido ataques reales a los cazadores, como las subidas de los precios de las licencias de caza o la eliminación de Cotos Sociales o Terrenos Libres, parece que manifestarse no es lo oportuno. Evidentemente, los actuales representantes de los cazadores no velan por que las personas con menos recursos puedan cazar, mas bien pareciera que defienden otros intereses, y en eso muchos no estamos ni estaremos de acuerdo (Ver entrada anterior).


3 - Ética y conducta en el campo

Nuestro comportamiento en el campo es probablemente el factor que más nos aleja entre cazadores. Desde el punto de vista ético, no es comparable la perspectiva de un señor que no está dispuesto a asumir ninguna limitación en el número de capturas o que se conforma con tirar perdices de granja, de los que estaríamos dispuestos a cazar menos o nos avergüenza disparar sobre una animal criado en cautividad. Algunos nos sentimos mas lejos de los que organizan o acuden a una tirada de tórtolas en un cebadero, saltándose los cupos y acribillándolas, que de los propios ecologistas que piden su moratoria [11].  Por eso, la cuestión no es caza si o caza no, sino que modelo de caza defendemos exactamente. Es incompatible que en una misma asociación convivan cazandangas y escopeteros con cazadores responsables que les duele el campo. ¿Cuántos estarían dispuestos a que prohibiesen las sueltas de perdices de granja, a que prohibiesen los cercones, o a respetar honradamente los cupos?


4 - Intereses económicos frente a medioambientales

Este elemento lo podríamos supeditar al ético, pero consiste básicamente en que muchos negocios asociados a la actividad cinegética son francamente inmorales e incompatibles con una caza ética y sostenible. Algunos ejemplos son: las cacerías de zorzales o tórtolas que no respetan los cupos, la venta de perdices de granja, las cacerías en cercones y en explotaciones de caza mayor con densidades excesivas, y así un largo etcétera. ¿Defendemos la misma caza los que estamos en contra de estas prácticas y los que las practican y justifican? La caza debe ser un aprovechamiento sostenible y respetuoso con el campo por encima de los negocios particulares. El factor económico como prioridad también choca frontalmente con la necesaria tecnificación de la caza. Los que entendemos que tienen que ser la ciencia y el conocimiento especializado los que deben marcarnos como y cuanto debemos cazar divergemos absolutamente con los que quieren cazar igual que hace 15 años auspiciados en sus propias creencias.

Dicho esto, ¿como es posible que con unos intereses y sensibilidades tan diversas muchas voces respetables aboguen por la unión de los cazadores en un frente común? La respuesta es clara, el miedo. Esta emoción, que se basa en la percepción de un peligro real o supuesto, tiene una gran capacidad de unir a la gente, así como de paralizarla. En este caso, el temor responde a una futura prohibición de la caza, ya que los ecologistas y la sociedad urbanita consideran esta una actividad antagónica e inmoral. En este sentido, es evidente que para muchas personas la caza es algo detestable, sin embargo, esta percepción nace en muchos casos de una desinformación mediático-social, y en otros de un planteamiento moral que no tiene por que ser más válido que el de un cazador responsable. Aun así, una sociedad avanzada no debe asumir la caza como una exigencia de un colectivo numeroso que impone sus propios dogmas. Mas bien, deberían ser los argumentos lo que convenciesen y situasen a esta como una actividad social que bien planteada implica beneficios ambientales y económicos. Lo que está claro, es que si seguimos en la línea actual muchas especies desaparecerán antes de que las veden, y casi prefiero lo segundo.

La unión que hoy es más necesaria que nunca es la de aquellas personas que tengan una concepción de la caza responsable y adaptada a la nueva realidad del campo. Estas deben organizarse y asociarse en un colectivo que, huyendo de falsos miedos, exponga con claridad sus principios y exigencias. Los integrantes de esta futura e hipotética asociación deberían asumir y defender una caza basada en la estricta conservación del campo y las poblaciones de especies cinegéticas, enfatizando en los valores sociales y éticos de la actividad, y apoyándose en todo caso en criterios técnicos. Por otro lado, el hecho de que surgiera una nueva asociación con estas características no implicaría que no se pueda estar de acuerdo y hacer frente común con otras asociaciones cinegéticas en diversas cuestiones en las que la mayoría de los cazadores estamos de acuerdo. Un claro ejemplo de esta compatibilidad se encuentra en las asociaciones ecologistas, ya que, aunque la mayoría coinciden en sus planteamientos conservacionistas, cada una tiene un enfoque diferente. Por ejemplo, Ecologistas en Acción tiene un marcado carácter anticapitalista en su defensa del medio ambiente, mientras que, por otro lado, WWF Adena no tiene un planteamiento político tan definido. Asimismo, Igualdad Animal esta fundamentalmente en contra del especismo y el maltrato animal, mientras que para las anteriores la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas tienen una mayor importancia.

La situación de extrema gravedad del campo español precisa que seamos los propios ciudadanos, en este caso los cazadores, los que tomemos la iniciativa, y no esperar a que nadie venga a solucionarnos nada ni estar todo el día pataleando. Hay que construir nuevas alternativas que permitan que los cazadores que manifestamos una inquietud real por el estado del campo y la caza podamos desarrollar toda nuestra pasión y esfuerzo en un proyecto creíble en el que nuestra voz cuente. Dejemos el puñetazo en la mesa para los mediocres. Deben ser los principios éticos y los argumentos apoyados en el trabajo de los técnicos e investigadores los que articulen nuestro discurso. Del mismo modo, una postura alejada de dogmatismos y miedos permitiría colaborar y hacer fuerza común en muchas causas con grupos conservacionistas; asuntos como el envenenamiento del campo agrícola, el uso de venenos contra depredadores o el respeto de la legislación vigente nos acercan más de lo que muchos creen.

La unión hace la fuerza, pero la unión en torno a unos principios y objetivos comunes, no a un miedo paralizante e infundado.




____________________________