El
lobo ibérico (Canis lupus) siempre ha
sido una especie conflictiva en el ámbito rural. Sus ataques al ganado le han
supuesto la animadversión histórica de los ganaderos, lo que derivó hace
décadas en una persecución que le hizo desaparecer de la mayoría de las sierras
ibéricas. Actualmente se plantea un nuevo escenario en el que la especie ha
ampliado considerablemente su distribución y sigue colonizando nuevos
territorios. Este
hecho, que a priori debería ser motivo de alegría para los amantes del medio
natural, parece estar desencadenando un supuesto conflicto entre los que no
desean la presencia del lobo y los que defienden su conservación. Este
desencuentro ha ocupado en los últimos meses un espacio importante en redes
sociales y medios de comunicación; principalmente desde la muerte de Marley, un
ejemplar radiomarcado de lobo ibérico por parte de los guardas del Parque
Nacional de Picos de Europa [1]. Las circunstancias en que se produjo la muerte
del cánido han generado una serie de reacciones críticas más que comprensibles;
no obstante, según el diario El País el dispositivo de seguimiento ya no emitía
cuando el animal fue abatido [2], aunque esto ya es harina de otro costal.
Tras
el mencionado incidente fue creada la Plataforma Lobo Marley, liderada por Luis
Miguel Domínguez, y en la que se aboga por una “CONSERVACIÓN A ULTRANZA” de la
especie [3]. Por otro lado, existe una posición completamente opuesta a la
anterior, en este caso conformada por los sindicatos agrarios y parte del sector
ganadero. Estos últimos identifican al lobo como un feroz enemigo que hace
peligrar sus explotaciones ganaderas y actual forma de vida. Es tal el rechazo
hacia el carnívoro que en Ávila se ha firmado un manifiesto promovido por
UPA-COAG, al que se han adherido numerosos ayuntamientos, y en el que se
solicita que la provincia sea zona “libre de lobos” [4]. Esta postura se
argumenta en la incompatibilidad del lobo con el ya debilitado aprovechamiento
ganadero no intensivo. Es decir, se trata básicamente de un problema económico.
Desde
luego, existe bastante espacio entre ambas posiciones, y puede que los planteamientos más sensatos y argumentados se encuentren entre
medias, o aún más escorados, dependiendo de cómo se quiera ver. Es nuestra intención mostrar en esta entrada parte de ese territorio de nadie, que es con el que obviamente más nos identificamos.
Resulta evidente que la explotación ganadera de régimen extensivo y semiextensivo no es un
negocio redondo, de hecho su práctica implica un importante esfuerzo diario por
parte de sus responsables, además de reportar beneficios económicos muy
ajustados. Dicho esto, habría que cuestionarse si existiendo únicamente lobo en
la mitad norte peninsular (la población de Sierra Morena es simbólica) [5],
puede considerarse al lobo la verdadera causa de conflicto en la viabilidad económica
de las prácticas ganaderas tradicionales. Resulta curioso como, a pesar de que
en Andalucía, Castilla la Mancha, Levante o Extremadura no hay lobo; la
ganadería ha sufrido y sufre en estas regiones el mismo o peor destino que en el
norte del país. Por lo tanto, puede afirmarse con todo rigor que el factor
común que limita y dificulta la existencia del aprovechamiento ganadero a nivel
peninsular no es el lobo, sino el bajo precio al que se pagan sus productos. Es
cierto que a perro flaco todo son pulgas, y que una explotación castigada por los
reducidos precios a los que se paga la carne puede verse asfixiada moral y
económicamente por las pérdidas que implica un ataque de lobos. También es
cierto que aunque existen ayudas para los daños causados por el lobo, la
tardanza y trámites burocráticos de estas pueden generar verdadera frustración
a los afectados. Sin embargo, volvemos a la cuestión principal, dichas
molestias y demoras por parte de la administración serían fácilmente asumibles
por los ganaderos si su trabajo estuviese justamente remunerado.
Por lo tanto,
cabe preguntarse como siendo la ganadería tradicional fundamental para la
conservación de nuestro medio natural y la viabilidad del mundo rural, los
actuales gobernantes permiten que la recompensa a tal labor sean unos precios
de venta tan injustos, entregando a pastores y ganaderos a una economía de
mercado* del sálvese quien pueda y donde solo los más grandes tienen
posibilidades de sobrevivir. En la misma línea, si analizamos los problemas que
afronta la gente joven que quiere ganarse la vida mediante la ganadería,
veremos que existen temas mucho más conflictivos que el lobo y que jamás se
hacen visibles en los medios de comunicación. Entre ellos destacan: (1) la
dificultad del acceso al pasto sin tener propiedad de tierras, (2) el estancamiento
de los precios de venta respecto al aumento progresivo de gastos de costes de
producción, y (3) la cuestionable calidad de vida del pastor-ganadero (60 horas
semanales sin fines de semana y pocas vacaciones) [6]. Es aquí, y no en el lobo
ibérico, donde está el verdadero debate sobre el futuro de la ganadería
tradicional.
La colonización por parte del lobo de nuevos territorios es a todas
luces un valor positivo para el medio natural. Esta especie cumpliría un rol
ecológico ausente durante años en la mayoría de nuestras serranías, realizando
un control de los ungulados que resultaría fundamental, aunque quizás no
suficiente, en numerosos montes donde el aumento de la caza mayor está empezando
a suponer un problema en el regenerado del arbolado, accidentes de tráfico, caza
menor, etc. Un claro ejemplo son determinados espacios naturales de Montes de
Toledo y Sierra Morena donde las propias guarderías tienen que cazar anualmente
cientos de ciervas y gamas con el coste que ello supone, y aún así las
poblaciones están muy por encima de lo que la vegetación puede soportar. En
estos casos unas buenas poblaciones de lobo limitarían el crecimiento poblacional
de estos herbívoros, siendo un aliado en la gestión forestal. Asimismo, las
poblaciones de jabalí tendrían mayor control, y conejos y perdices recibirían
un respiro en aquellos lugares donde la densidad de estos omnívoros comienza a
ser un problema para la caza menor. De hecho, esta última es la base trófica principal
para algunas de las especies más amenazadas de nuestra fauna como el lince ibérico
o el águila imperial. En Norteamérica ya
fue demostrado que mediante un proceso en cascada, los lobos pueden regular las
poblaciones de herbívoros, modificando así la vegetación y favoreciendo o
perjudicando a otras especies de fauna [7]. Es, y debe ser, obligación de la
Administración buscar el mayor equilibrio posible de los ecosistemas, poniendo
los medios económicos y humanos necesarios para tales fines; y en dicho
equilibrio necesariamente se encuentra la presencia del lobo.
Por
otra parte, da la impresión de que la falta de rigor y uso permanente de la
demagogia por quienes desean que el lobo jamás regrese, provoca una reacción
semejante en cierto sector conservacionista. El uso de la palabra exterminio
forma parte consustancial de la crítica a la caza del lobo, lo cual pone a la
misma altura a ambas posturas en lo que a tasas de demagogia o desinformación se
refiere. El aprovechamiento cinegético del lobo en aquellos lugares donde su
presencia es estable favorece el desarrollo económico y social de las zonas
rurales en que tiene lugar. Económico, porque cuando se subastan los ejemplares
permitidos en cada zona se recaudan importantes sumas de dinero, dando un
valor añadido al monte. Y social, porque los ganaderos perciben un control
poblacional sobre el carnívoro y se mantiene una actividad que fortalece el
vínculo entre aquellos cazadores que viven en la ciudad y sus pueblos de origen,
con todo lo que ello implica para estas zonas. Pocos cazadores recorren 200
kilómetros para cazar un conejo, pero la motivación de cazar un lobo puede ser
determinante en este sentido. También debe tenerse en cuenta que el mundo rural
tiene sus propias inercias, nos gusten o no. Es decir, si el lobo aparece en
grandes fincas del sur peninsular y no se percibe a medio plazo como un beneficio
para la propiedad, o lo que es lo mismo, que en un futuro se pueda cazar; pues
será planteado como una alimaña que solo puede acarrearles molestias. Entonces
si que se correrá el riesgo de que los guardas de estos lugares limiten
seriamente la expansión de la especie y su conservación. Por espinoso y
complejo que pueda parecer esto último, los contextos sociales no pueden
cambiarse de un día para otro, pero una gestión eficaz debe tenerlos en cuenta.
Es decir, plantear la caza como algo factible al sur del Duero a medio plazo podría
favorecer la conservación y expansión del la especie en las regiones más
meridionales; y desde luego, no es ningún disparate si se lleva a cabo correctamente.
Afirmar
que la caza legal pueda exterminar al lobo es negar las circunstancias que han
provocado su avance en los últimos años; que no son otras que las que han
favorecido a la caza mayor en general: el abandono del monte y la
matorralización progresiva de hábitats forestales y agrícolas. Si a esto le sumamos la astucia del animal y la dificultad de su captura, es obvio que en un mundo rural
pseudo-abandonado la caza deportiva no es un peligro para una especie en franca
expansión. Otro asunto son las distintas sensibilidades y cuestiones morales al
respecto.
La
recolonización de nuestros montes por parte del lobo ibérico es una oportunidad
para generar un medio natural más equilibrado y diverso. Por lo tanto, el
conflicto que se plantea con la ganadería tradicional habría que llevarlo a
otro ámbito de debate: ¿Por qué la ganadería tampoco resulta rentable en
aquellos lugares donde no hay lobo? Solo así se podrá abordar con seriedad cual
es el problema real de este colectivo, que es el mismo que el de la agricultura:
no se paga un precio justo por sus productos. Resulta incongruente criticar la
presencia del lobo por sus daños económicos a los ganaderos, sin antes señalar
a una economía de mercado que poco a poco lleva a los sectores tradicionales al
colapso o a prácticas incompatibles con la conservación del medio natural. En
la actual coyuntura política en la que tanto el partido gobernante (PP) como sus
equivalentes ideológicos en la oposición (PSOE-UPyD-CIU-PNV) son entusiastas de
la economía de mercado más irracional, es decir neoliberales; la única alternativa
que puede enmendar los injustos precios de mercado son los circuitos de
comercio justo. En ellos, la ausencia de intermediarios y la valoración
económica por parte del comprador de las prácticas respetuosas con el medio ambiente,
generan unos precios dignos para el productor y permite la viabilidad económica
de sus explotaciones tradicionales. No obstante, a día de hoy solo la
ciudadanía más concienciada acude a estas alternativas, por lo que a medio plazo
urgen soluciones estructurales que solo son viables si están acompañadas del
necesario cambio político (y no de partido) que urge en nuestro país.
Puede
que uno de los grandes retos del futuro sea que la ciudadanía asuma que existe
vida fuera de un sistema de mercado ultracompetitivo. Negar el verdadero
problema de base solo convertirá la frustración de los que se ahogan
económicamente (en este caso los ganaderos) en una pelea contra el lobo o contra
su vecino, pero nunca contra lo que se asume como inamovible o, en el peor de
los casos, como dogma de fe.
*
Cuando se utiliza el
término economía de mercado se aduce al fanatismo ideológico que actualmente
deja personas sin casa y casas sin personas, y no al método de transacciones que
tradicionalmente ha marcado los precios de los productos en función de la
oferta y la demanda.
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[1] http://www.publico.es/441606/abatido-en-picos-de-europa-un-lobo-que-estaba-incluido-en-un-estudio
[7] Berger, J., Stacey, P.B., Bellis, L., Johnson, M.P. (2001). A mammalian predator-prey imbalance: grizzly bear and wolf extincion affect avian Neotropical migrants. Ecological Applications, 11: 947-960. http://web.dbs.umt.edu/bergerlab/images/stories/39.pdf