La
mayoría de los que sentimos pasión por la caza le debemos la chispa que prendió nuestra afición a nuestros mentores, casi siempre los padres. Junto a
ellos aprendimos a desenvolvernos en el campo, pero sobre todo, que la paz
residía en los montes y no en los centros comerciales. En esos primeros pasos
de morralero intuías que eso de madrugar los domingos no sería un capricho más, siendo cada vez mayor el impulso que nos llevaba a acompañar a nuestros progenitores en sus andanzas cinegéticas. Con la llegada de la edad adulta uno se da cuenta de que tu padre no solo te
enseñaba el campo y sus entresijos, sino que para hacerlo tenía que pagar
importantes sumas de dinero. Los cartuchos, licencias o la acción el coto no
caían del cielo, sino que eran fruto de su esfuerzo y trabajo. Hubo una época en
la que no fue así, cuando nuestros padres eran jóvenes. Entonces bastaba con tener
cartuchos y afición para cazar en cualquier lado, el campo era libre y cazarlo era
accesible para la mayoría.
Hoy
las cosas han cambiado y la sociedad se ha mercantilizado hasta límites
insospechados. Cazar es muy caro, y el escenario de desempleo existente en nuestro
país impide a miles de cazadores asumir los gastos que implican un coto, viajes, licencias, etc. La situación laboral de los jóvenes cazadores es aún
peor; de hecho, la mayoría dependen económicamente de sus padres para seguir
cazando. En los
casos en los que el padre tampoco tiene trabajo (1,8 millones de familias en
España en esta situación) [1] cazar es simple y llanamente imposible.
Todos
los aficionados sabemos que la venatoria no es capricho de dos días, sino una
pasión que para muchos roza la filosofía de vida. Intentemos imaginar la
frustración del padre que no puede pagarse el coto, y peor aún, que no puede
sufragar la afición de su hij@. En muchos casos el drama familiar es de tal envergadura (desahucios, malnutrición infantil, etc.), que hablar de caza resultaría hasta frívolo. En todo caso, ¿qué sentido cobra la vida cuando te arrebatan tus más fervientes pasiones? ¿Qué sentido cobra la vida cuando no te
permiten cumplir tu rol de padre y poder cazar junto a tu hij@?
La
invisibilidad que sufren este tipo de situaciones en revistas y webs
cinegéticas resulta llamativa. Aún lo es más que mientras miles de aficionados no tiene dinero para cazar, las inquietudes de algunos iluminados sean que no se permite la caza en Parque Nacionales o no disponemos de licencia única. Esta omisión de los problemas reales de la gente (no solo ocurre en la caza) favorece que muchos padres sin recursos acaben culpabilizándose por no poder permitirse ni llevar a cazar a su hij@ al coto del pueblo. La realidad es que lejos de ser culpables, no son más que víctimas de un modelo político y
económico en el que tener una vida digna ya es un artículo de lujo.
No
hablaremos de las soluciones que deberían tomarse para hacer la caza accesible a los más castigados por la crisis, lo cual daría para otro post. Un día como hoy, 19 de Marzo, preferimos dar nuestro más
sincero apoyo a aquellos padres que esta temporada tengan que decirle a sus hijos: “este año no podemos ir de caza". Mucho ánimo.
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