viernes, 28 de junio de 2013

El lobo ibérico, la ganadería tradicional y la economía de mercado


El lobo ibérico (Canis lupus) siempre ha sido una especie conflictiva en el ámbito rural. Sus ataques al ganado le han supuesto la animadversión histórica de los ganaderos, lo que derivó hace décadas en una persecución que le hizo desaparecer de la mayoría de las sierras ibéricas. Actualmente se plantea un nuevo escenario en el que la especie ha ampliado considerablemente su distribución y sigue colonizando nuevos territorios. Este hecho, que a priori debería ser motivo de alegría para los amantes del medio natural, parece estar desencadenando un supuesto conflicto entre los que no desean la presencia del lobo y los que defienden su conservación. Este desencuentro ha ocupado en los últimos meses un espacio importante en redes sociales y medios de comunicación; principalmente desde la muerte de Marley, un ejemplar radiomarcado de lobo ibérico por parte de los guardas del Parque Nacional de Picos de Europa [1]. Las circunstancias en que se produjo la muerte del cánido han generado una serie de reacciones críticas más que comprensibles; no obstante, según el diario El País el dispositivo de seguimiento ya no emitía cuando el animal fue abatido [2], aunque esto ya es harina de otro costal.

Tras el mencionado incidente fue creada la Plataforma Lobo Marley, liderada por Luis Miguel Domínguez, y en la que se aboga por una “CONSERVACIÓN A ULTRANZA” de la especie [3]. Por otro lado, existe una posición completamente opuesta a la anterior, en este caso conformada por los sindicatos agrarios y parte del sector ganadero. Estos últimos identifican al lobo como un feroz enemigo que hace peligrar sus explotaciones ganaderas y actual forma de vida. Es tal el rechazo hacia el carnívoro que en Ávila se ha firmado un manifiesto promovido por UPA-COAG, al que se han adherido numerosos ayuntamientos, y en el que se solicita que la provincia sea zona “libre de lobos” [4]. Esta postura se argumenta en la incompatibilidad del lobo con el ya debilitado aprovechamiento ganadero no intensivo. Es decir, se trata básicamente de un problema económico.
Desde luego, existe bastante espacio entre ambas posiciones, y puede que los planteamientos más sensatos y argumentados se encuentren entre medias, o aún más escorados, dependiendo de cómo se quiera ver. Es nuestra intención mostrar en esta entrada parte de ese territorio de nadie, que es con el que obviamente más nos identificamos.

Resulta evidente que la explotación ganadera de régimen extensivo y semiextensivo no es un negocio redondo, de hecho su práctica implica un importante esfuerzo diario por parte de sus responsables, además de reportar beneficios económicos muy ajustados. Dicho esto, habría que cuestionarse si existiendo únicamente lobo en la mitad norte peninsular (la población de Sierra Morena es simbólica) [5], puede considerarse al lobo la verdadera causa de conflicto en la viabilidad económica de las prácticas ganaderas tradicionales. Resulta curioso como, a pesar de que en Andalucía, Castilla la Mancha, Levante o Extremadura no hay lobo; la ganadería ha sufrido y sufre en estas regiones el mismo o peor destino que en el norte del país. Por lo tanto, puede afirmarse con todo rigor que el factor común que limita y dificulta la existencia del aprovechamiento ganadero a nivel peninsular no es el lobo, sino el bajo precio al que se pagan sus productos. Es cierto que a perro flaco todo son pulgas, y que una explotación castigada por los reducidos precios a los que se paga la carne puede verse asfixiada moral y económicamente por las pérdidas que implica un ataque de lobos. También es cierto que aunque existen ayudas para los daños causados por el lobo, la tardanza y trámites burocráticos de estas pueden generar verdadera frustración a los afectados. Sin embargo, volvemos a la cuestión principal, dichas molestias y demoras por parte de la administración serían fácilmente asumibles por los ganaderos si su trabajo estuviese justamente remunerado. 

Por lo tanto, cabe preguntarse como siendo la ganadería tradicional fundamental para la conservación de nuestro medio natural y la viabilidad del mundo rural, los actuales gobernantes permiten que la recompensa a tal labor sean unos precios de venta tan injustos, entregando a pastores y ganaderos a una economía de mercado* del sálvese quien pueda y donde solo los más grandes tienen posibilidades de sobrevivir. En la misma línea, si analizamos los problemas que afronta la gente joven que quiere ganarse la vida mediante la ganadería, veremos que existen temas mucho más conflictivos que el lobo y que jamás se hacen visibles en los medios de comunicación. Entre ellos destacan: (1) la dificultad del acceso al pasto sin tener propiedad de tierras, (2) el estancamiento de los precios de venta respecto al aumento progresivo de gastos de costes de producción, y (3) la cuestionable calidad de vida del pastor-ganadero (60 horas semanales sin fines de semana y pocas vacaciones) [6]. Es aquí, y no en el lobo ibérico, donde está el verdadero debate sobre el futuro de la ganadería tradicional.



La colonización por parte del lobo de nuevos territorios es a todas luces un valor positivo para el medio natural. Esta especie cumpliría un rol ecológico ausente durante años en la mayoría de nuestras serranías, realizando un control de los ungulados que resultaría fundamental, aunque quizás no suficiente, en numerosos montes donde el aumento de la caza mayor está empezando a suponer un problema en el regenerado del arbolado, accidentes de tráfico, caza menor, etc. Un claro ejemplo son determinados espacios naturales de Montes de Toledo y Sierra Morena donde las propias guarderías tienen que cazar anualmente cientos de ciervas y gamas con el coste que ello supone, y aún así las poblaciones están muy por encima de lo que la vegetación puede soportar. En estos casos unas buenas poblaciones de lobo limitarían el crecimiento poblacional de estos herbívoros, siendo un aliado en la gestión forestal. Asimismo, las poblaciones de jabalí tendrían mayor control, y conejos y perdices recibirían un respiro en aquellos lugares donde la densidad de estos omnívoros comienza a ser un problema para la caza menor. De hecho, esta última es la base trófica principal para algunas de las especies más amenazadas de nuestra fauna como el lince ibérico o el águila imperial. En Norteamérica ya fue demostrado que mediante un proceso en cascada, los lobos pueden regular las poblaciones de herbívoros, modificando así la vegetación y favoreciendo o perjudicando a otras especies de fauna [7]. Es, y debe ser, obligación de la Administración buscar el mayor equilibrio posible de los ecosistemas, poniendo los medios económicos y humanos necesarios para tales fines; y en dicho equilibrio necesariamente se encuentra la presencia del lobo.

Por otra parte, da la impresión de que la falta de rigor y uso permanente de la demagogia por quienes desean que el lobo jamás regrese, provoca una reacción semejante en cierto sector conservacionista. El uso de la palabra exterminio forma parte consustancial de la crítica a la caza del lobo, lo cual pone a la misma altura a ambas posturas en lo que a tasas de demagogia o desinformación se refiere. El aprovechamiento cinegético del lobo en aquellos lugares donde su presencia es estable favorece el desarrollo económico y social de las zonas rurales en que tiene lugar. Económico, porque cuando se subastan los ejemplares permitidos en cada zona se recaudan importantes sumas de dinero, dando un valor añadido al monte. Y social, porque los ganaderos perciben un control poblacional sobre el carnívoro y se mantiene una actividad que fortalece el vínculo entre aquellos cazadores que viven en la ciudad y sus pueblos de origen, con todo lo que ello implica para estas zonas. Pocos cazadores recorren 200 kilómetros para cazar un conejo, pero la motivación de cazar un lobo puede ser determinante en este sentido. También debe tenerse en cuenta que el mundo rural tiene sus propias inercias, nos gusten o no. Es decir, si el lobo aparece en grandes fincas del sur peninsular y no se percibe a medio plazo como un beneficio para la propiedad, o lo que es lo mismo, que en un futuro se pueda cazar; pues será planteado como una alimaña que solo puede acarrearles molestias. Entonces si que se correrá el riesgo de que los guardas de estos lugares limiten seriamente la expansión de la especie y su conservación. Por espinoso y complejo que pueda parecer esto último, los contextos sociales no pueden cambiarse de un día para otro, pero una gestión eficaz debe tenerlos en cuenta. Es decir, plantear la caza como algo factible al sur del Duero a medio plazo podría favorecer la conservación y expansión del la especie en las regiones más meridionales; y desde luego, no es ningún disparate si se lleva a cabo correctamente.
Afirmar que la caza legal pueda exterminar al lobo es negar las circunstancias que han provocado su avance en los últimos años; que no son otras que las que han favorecido a la caza mayor en general: el abandono del monte y la matorralización progresiva de hábitats forestales y agrícolas. Si a esto le sumamos la astucia del animal y la dificultad de su captura, es obvio que en un mundo rural pseudo-abandonado la caza deportiva no es un peligro para una especie en franca expansión. Otro asunto son las distintas sensibilidades y cuestiones morales al respecto.

La recolonización de nuestros montes por parte del lobo ibérico es una oportunidad para generar un medio natural más equilibrado y diverso. Por lo tanto, el conflicto que se plantea con la ganadería tradicional habría que llevarlo a otro ámbito de debate: ¿Por qué la ganadería tampoco resulta rentable en aquellos lugares donde no hay lobo? Solo así se podrá abordar con seriedad cual es el problema real de este colectivo, que es el mismo que el de la agricultura: no se paga un precio justo por sus productos. Resulta incongruente criticar la presencia del lobo por sus daños económicos a los ganaderos, sin antes señalar a una economía de mercado que poco a poco lleva a los sectores tradicionales al colapso o a prácticas incompatibles con la conservación del medio natural. En la actual coyuntura política en la que tanto el partido gobernante (PP) como sus equivalentes ideológicos en la oposición (PSOE-UPyD-CIU-PNV) son entusiastas de la economía de mercado más irracional, es decir neoliberales; la única alternativa que puede enmendar los injustos precios de mercado son los circuitos de comercio justo. En ellos, la ausencia de intermediarios y la valoración económica por parte del comprador de las prácticas respetuosas con el medio ambiente, generan unos precios dignos para el productor y permite la viabilidad económica de sus explotaciones tradicionales. No obstante, a día de hoy solo la ciudadanía más concienciada acude a estas alternativas, por lo que a medio plazo urgen soluciones estructurales que solo son viables si están acompañadas del necesario cambio político (y no de partido) que urge en nuestro país.

Puede que uno de los grandes retos del futuro sea que la ciudadanía asuma que existe vida fuera de un sistema de mercado ultracompetitivo. Negar el verdadero problema de base solo convertirá la frustración de los que se ahogan económicamente (en este caso los ganaderos) en una pelea contra el lobo o contra su vecino, pero nunca contra lo que se asume como inamovible o, en el peor de los casos, como dogma de fe.


* Cuando se utiliza el término economía de mercado se aduce al fanatismo ideológico que actualmente deja personas sin casa y casas sin personas, y no al método de transacciones que tradicionalmente ha marcado los precios de los productos en función de la oferta y la demanda.


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[7] Berger, J., Stacey, P.B., Bellis, L., Johnson, M.P. (2001). A mammalian predator-prey imbalance: grizzly bear and wolf extincion affect avian Neotropical migrants. Ecological Applications, 11: 947-960. http://web.dbs.umt.edu/bergerlab/images/stories/39.pdf



miércoles, 6 de marzo de 2013

Eurovegas se construirá sobre un coto de caza


La repercusión mediática que ha tenido la futura construcción del macrocomplejo Eurovegas ha conseguido que la mayoría de los ciudadanos conozcamos el desarrollo de este proyecto en la Comunidad de Madrid. Todo parece indicar que los futuros casinos y campos de golf no serán más que una continuación del modelo de grandes obras y especulación que ha llevado a este país a la situación actual [1] [2]; por lo tanto, muchos ciudadanos convendrán que estos negocios poco ayudan – ni ayudarán - a solucionar los problemas reales de los madrileños. Sin embargo, más allá de estas consideraciones, Eurovegas es probablemente el mejor ejemplo de la actitud mostrada por la mayoría de cazadores ante estos fenómenos de degradación y destrucción del campo. Me explico. Muchos tendríamos que volver a nacer para no sufrir cada vez que observamos verter hormigón y cemento sobre rastrojos y montes. He visto como grandes cotos de perdiz y liebre han sido fragmentados por carreteras y líneas de alta velocidad. He visto como arroyos y manantiales donde pude cazar tórtolas y codornices se convertían en asfalto. He visto grandes cazaderos convertirse en polígonos fantasma. Y lo que es peor, he visto a cientos de cazadores afectados por este falso desarrollo no mover ni un dedo para evitarlo.
El caso de Eurovegas es un ejemplo muy didáctico de esta lamentable realidad. En esta ocasión el coto de caza afectado por el citado macroproyecto es el Vedado Viejo, un mítico corredero de liebres situado en Alcorcón y conocido por todos los aficionados al galgo [3]. En estos campos de cultivo se celebraron cuatro finales del campeonato de España de Galgos, cosa que probablemente jamás volverá a ocurrir.


A todas luces resultaría lógico que un colectivo como el galguero, principal interesado en conservar un patrimonio natural tan emblemático para el desarrollo de su afición, se hubiera posicionado en contra de esta iniciativa industrial y hubiera tomado las acciones de protesta o legales pertinentes. Pero la realidad es aplastante, salvo los lamentos expuestos en algún foro por contados galgueros, nada de esto ha ocurrido. Desgraciadamente estos silencios no son una novedad en la Comunidad de Madrid, donde en los últimos 10 años decenas de magníficos cotos de caza han sido mutilados por radiales y líneas de alta velocidad con una respuesta inexistente por parte de nuestro colectivo. Y es que, por muy triste que parezca, la resignación baña las palabras de la mayoría de los cazadores cuyos cotos han sido víctimas de este falso progreso que todo lo impregna. Esta actitud siempre me ha llamado la atención, ya que me consta que somos muchos los que después de llevar años cazando en una misma zona, sentimos esos cerros y arroyos como si fueran nuestros. Allí se narran horas de nuestras vidas, allí señalamos nuestros lances, allí aprendimos grandes lecciones del fluir del campo. Entonces, ¿Cómo puede existir tanta pasividad ante el robo de algo que forma parte de nuestro patrimonio vital?

En un esfuerzo por encontrar los motivos, que siempre los hay, surgen algunas hipótesis. Por una parte, este tipo de infraestructuras (radiales, AVE, macropolígonos) proceden de iniciativas de las propias administraciones públicas. Debido a esto, y a que las Federaciones de Caza muestran en muchas comunidades un total servilismo y falta de autonomía ante sus gobernantes, resulta imposible que muerdan la mano que les da de comer. Por otro lado, está el factor cultural; es decir, al igual que muchos ciudadanos afectados por la mal llamada crisis sienten ilusamente que manifestarse es solo cosa de comunistas y sindicalistas, ocurre que para no pocos cazadores defender el medio ambiente mediante protestas y acciones judiciales es patrimonio de los grupos ecologistas. Curiosamente, son los propios ecologistas los que en este caso si están intentando salvar el Vedado Viejo [4], no por ser coto, que ya conocemos nuestras discrepancias, pero si por ser campo y por una cuestión de sentido común. 

En último lugar estarían aquellos que excusan, e incluso defienden, su inmovilismo en el empleo que generan estas grandes obras. Sin embargo, basta leer a expertos en economía ambiental como José Manuel Naredo [5] o el reciente y recomendable libro “Infraestructuras de transporte y crisis“ de Paco Segura [6], para entender que los fines que persiguen la construcción de grandes infraestructuras no son generar empleo ni cubrir demandas sociales, sino satisfacer la codicia económica de las grandes constructoras nacionales. Aeropuertos sin aviones o trenes de alta velocidad sin pasajeros les deberían abrir los ojos al más escéptico. Por lo tanto, no estamos hablando de que nuestros cotos se vean afectados por la construcción de un hospital, un colegio o un campus universitario; nos referimos a situaciones claramente injustas que buscan el beneficio de unos pocos por encima de las verdaderas necesidades sociales y la conservación de nuestros patrimonio natural [7].




Por otro lado, la incultura medioambiental que reina en nuestra sociedad provoca que para la mayoría de ciudadanos los paisajes de cultivos cerealistas salpicados de árboles solitarios apenas tengan valor ambiental. Desde luego, el que no conoce no valora, y las estepas madrileñas y de otros muchos lugares no están en el imaginario colectivo de paisajes a proteger. Sin embargo, los cazadores – principalmente los de menor -  conocemos de primera mano la riqueza cinegética que nos brinda el paisaje “castellano”, los que nos debería hacer sentir responsables de su protección. Muchos de los que afirman abiertamente que los cazadores somos los mayores ecologistas deberían hacer autocrítica y observar nuestra aterradora inmovilidad ante la degradación y destrucción de nuestros cotos. Eso, o hablar con un poco mas de propiedad. 

De momento, la plataforma S.O.S. Salvemos la Perdiz Roja [8] es un pequeño gran avance, que nos señala cómo es posible llevar a cabo iniciativas entre cazadores comprometidos con la conservación, más allá de la dependencia a órganos federativos.



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[6] Paco Segura. 2012. Infraestructuras de transporte y crisis. Grandes Obras en tiempos de recortes sociales. Prólogo de José Manuel Naredo.