martes, 10 de septiembre de 2013

La otra Media Veda y los anticaza


Desde que muchos comenzáramos de niños a acompañar a nuestros padres al puesto, la caza de palomas y tórtolas en Media Veda es uno de los momentos más intensos y esperados del año. Lejos de ser la antesala de la temporada General, como rezan algunas revistas cinegéticas, esta modalidad es para numerosos cazadores como una religión, y como tal desata verdaderas pasiones. Por algún motivo especial, quizás por la añoranza de haber coincidido con las vacaciones veraniegas cuando éramos niños, o tal vez por el clima y paisajes estivales en que se practica, la Media Veda alberga un genuino romanticismo difícilmente explicable. Resulta complicado disociar esta práctica cinegética de los amaneceres, las horas de contemplación e incertidumbre, el olor a ribera y rastrojo, y diversas sensaciones que inundan cada jornada más allá del uso que demos al colgador. Las numerosas horas de silencio y camuflaje que exige el puesto nos han permitido a los más curiosos disfrutar del transcurrir de un campo ajeno a nuestra presencia. El colorido vuelo de los abejarucos, rapaces atrapando a su presa o el merodeo de diversa fauna a escasos metros, son algunos ejemplos de lo que la calma del puesto enriquece, si cabe, esta modalidad de caza. Estas pinceladas de fauna y paisaje, junto a la grata compañía de nuestros amigos en los puestos colindantes, compensan los días que las columbiformes no frecuentan nuestro cazadero; y el buen palomero sabe que dichas jornadas no son pocas.




Por otro lado, la caza estival en puesto fijo tiene su propia liturgia. Vigilar los pasos, situar correctamente los puestos, saber que piezas caen heridas para cobrarlas inmediatamente o identificar que palomas y a que altura se deben tirar, forman parte del protocolo inexcusable para el buen cazador de palomas y tórtolas. Del mismo modo, la paciencia y meticulosa observación del horizonte son factores fundamentales para no desperdiciar las oportunidades que se nos presenten, que por lo general se reducen progresivamente según avanza la temporada. En cualquier caso, los abundantes elementos que engrandecen esta modalidad de caza hacen que jornadas escasas en piezas nos permitan valorar y disfrutar de los lances aún con mayor intensidad.  De hecho, la Media Veda se extiende más allá de las horas de campo, y el olor que brota de la cocina nos insinúa que estamos en periodo de caza estival, momento en el que los guisos de estas aves deleitan nuestro paladar con sus genuinos sabores y cierran así el círculo de la caza responsable y coherente.

Esta Media Veda es la que a muchos nos quita el sueño las noches previas y demanda estar en el monte cuando la mayoría veranea en la playa. También es la que entendemos como uno de los más bellos exponentes de la caza menor, siendo compatible con la conservación del Medio Natural y las poblaciones cinegéticas fruto de aprovechamiento.




Sin embargo, hay otra Media Veda muy distinta a la descrita y que desgraciadamente parece estar cada vez más presente. Esta es la Media Veda de los números, la de las perchas ostentosas, la de los cebaderos, la de los cajones de cartuchos en un día, la de los puestos doblados, la de la venta de puestos fraudulenta; es decir, la otra Media Veda.

Los elementos que forman parte de este esperpento, que poco tiene que ver con la caza responsable, son fácilmente reconocibles. En el caso de los que nutren los puestos con sus escopetas, son individuos que suelen presumir de abundantes perchas y cartuchos tirados, tienen por costumbre no recoger las vainas y botellas vacías, y no sienten interés alguno por llevarse lo que cazan. Son los que consideran abatir una docena de torcaces en una tarde un mal resultado y acostumbran a tirar absolutamente a todas las palomas que pasan – lo importante es pegar tiros – sin importar altura, perjudicar al puesto vecino o herir animales inútilmente. No ven en la tórtola o la torcaz un lance o pieza cobrada, sino un número que será insignificante hasta que no se le sumen los suficientes como para presumir en el bar de una buena cifra. Son los que cada vez que desenfundan su arma desacreditan socialmente a los que sí practicamos una cinegética responsable. Son los que, al igual que un parásito a su hospedador, deterioran la caza desde dentro, son los anticaza dentro de la caza; porque eso que hacen no es cazar.

Por otro lado, están los organizadores de tiradas enfocadas a este tipo de individuos. En la mayoría de los casos se trata de negociantes de tercera que con tal de vender puestos son capaces de crear falsas expectativas y actuar al margen de todo tipo de legalidad y moral. El escenario en el que estos supuestos orgánicos desarrollan sus prácticas lucrativas suelen ser los cebaderos, un lugar digno de ser descrito. Lo primero que se le viene a uno a la cabeza al observar el planteamiento de estas “zonas con suplementación de alimento” es que no están orientadas a palomeros ni cazadores serios, sino más bien, digámoslo así, a quien busca una percha abultada y no una jornada de caza. Dado que en la mayoría de las ocasiones estos eventos están orientados a que la organización gane dinero, suele permitirse doblar puestos; y muchos nos preguntamos: ¿como se puede disfrutar de un lance cuando están tirando a una pieza dos repetidoras a la vez? Por no hablar de las escasas opciones que se brinda al animal. ¿Nos imaginamos haciendo lo mismo con una liebre?
Quien tenga ocasión de observar este tipo de tiradas comerciales podrá advertir que hay situaciones y características frecuentes. Una habitual es la del tipo que quita la varilla y no para de tirar a piezas que están literalmente fuera de tiro, o aquellos con tendencia a soltar los tres tiros de golpe. La palabra puesto se desvirtúa en el maravilloso mundo de los cebaderos, convirtiéndose en simples pantallas situadas a escasa distancia unas de otras y donde no se persigue ni camuflar al tirador ni que las aves cumplan, sino que se peguen muchos tiros. Así, unos puestos cortan la entrada a otros y el tiroteo no permite que apenas entre un ave tranquila. En otros casos, normalmente en los que el precio de los puestos alcanza importantes sumas, la organización es mucho mas eficaz, y aquí lo que se producen son verdaderas carnicerías entre un tiroteo incesante.

Si algo ha caracterizado siempre la caza en puesto ha sido la espera, la contemplación, y por supuesto la incertidumbre. Pero en la otra Media Veda se quieren garantías, y tirar mucho, muchísimo… Lejos queda la duda de si habrán bajado tórtolas a nuestro coto, o el nerviosismo al distinguir a lo lejos una torcaz cuya trayectoria intentamos adivinar. Evidentemente, no se puede negar que todos los cazadores aspiramos a hacer una buena percha gracias a haber estado en el lugar adecuado en el momento oportuno. De hecho, la espera de una de esas jornadas exitosas puebla nuestro inconsciente y forma parte de la esencia cinegética. Pero la mayoría de aficionados a la paloma sabemos que dichas situaciones son muy escasas y no existe ni por asomo el número de capturas ni la premeditación y alevosía de las tiradas comerciales. 




Otra perversión más de los cebaderos es que son capaces de destrozar la Media Veda a los cotos colindantes. Esto es algo a destacar por su reciente aparición, ya que antes la paloma y tórtola se distribuía de forma natural por las siembras de las distintas comarcas, siendo tarea del palomero vigilar y encontrar los lugares de paso. Ahora un cebadero suplementado desde principios de julio es capaz de dejar al coto vecino sin paloma. El perjuicio de muchos para el beneficio de unos pocos. Todavía habrá cazadores preguntándose por qué este año ha sido tan malo de paloma en su zona. El drama social del sálvese quién pueda y la falta de solidaridad y respeto hacia el vecino también infectan la venatoria. ¿Esta es la caza que pretendemos defender? Luego muchos hablan de la caza como si fuese la patria (#OrgulloCazador), como si todos los cazadores defendiéramos lo mismo. Recuerdan a los que ensalzan el patriotismo Made in Gibraltar, que obvian que ni todos somos iguales ni a todos nos va igual en este decadente país. Insistimos, no se trata de defender la caza, sino un tipo de caza, la responsable y ética.

Siguiendo con la responsabilidad, la caza de las migratorias no pasa por uno de sus mejores momentos. En el caso concreto de la tórtola común (Streptopelia turtur), últimamente se cuestiona si su aprovechamiento es compatible con la conservación de sus poblaciones. La opción defendida por las asociaciones conservacionistas de vedar su caza [1] para promover la mejora poblacional tendría solo un carácter simbólico, dado que el incremento numérico está ligado a la recuperación de hábitats reproductivos. Por este mismo motivo hay otras muchas especies que sin ser cinegéticas – mochuelo, alcaraván o sisón - también están sufriendo descensos semejantes [2]. Con ello no se pretende negar que la caza de la tórtola extrae abundantes reproductores, pero los ejemplares que se cazan proceden de territorios reproductivos sanos, capaces de soportar un aprovechamiento cinegético adecuado. El problema de la tórtola es que han desaparecido las condiciones de hábitat para su reproducción en numerosas regiones de nuestra geografía, hecho que impide la expansión y colonización de nuevos territorios, y con ello el aumento numérico de la especie. El asunto da para una amplia discusión científica, y aunque puede que nos equivoquemos, todo apunta a que vedar la especie no implicaría un incremento significativo de su población.
Dicho esto, puede decirse que existe una Media Veda “tradicional” que resulta compatible con la situación de la especie, ya que las capturas son mucho menores que antaño y la presión se ha reducido considerablemente*. Sin embargo, la otra Media Veda, la de los cebaderos y tiradas comerciales es absolutamente inaceptable, ya que se están cazando entre unos cuantos cazandangas acaudalados lo mismo que entre miles de cazadores. Por si fuera poco, resulta que lo que te permite cazar una cantidad de tórtolas indecente no es la voluntad de hacerlo, sino el capital del que dispongas. Una vez más el dinero vuelve a poner una barrera social entre el cazador humilde que ve como las tórtolas cada vez pasan menos por el coto de su pueblo, y los que gracias a su cartera siguen acudiendo a tiradas organizadas que ponen en cuestión la sostenibilidad del aprovechamiento de la especie. No hace falta decir que en estas tiradas los cupos se incumplen sistemáticamente, o es que alguien piensa que se pagan cantidades tan elevadas de dinero para quedarse con una docena de piezas. Ilegalidad normalizada. Sin en este país se invirtiera dinero en la gestión de nuestros recursos naturales en vez de enchufárselo a las grandes constructoras, eléctricas y banca, tendríamos datos de como el grueso de las capturas de tórtolas se concentra en las cacerías organizadas del sur peninsular.

Ahora bien, ¿por qué los actuales representantes de los cazadores no censuran este tipo de comportamientos inmorales en vez de tanto preocuparse de licencias únicas y cazar en Parques Nacionales? A veces dudamos entre si son cómplices, cínicos, incapaces, irresponsables o simplemente indiferentes. Quizás todo a la vez. Luego cuando prohíban la Media Veda dirán que la culpa es de los ecologistas que son muy malos… hagan sus apuestas. Lo que nunca dirán es que miraron para otro lado cuando sabían lo de los cebaderos, lo de los reclamos electrónicos –que esa es otra -, o que nunca apostaron por tecnificar la caza para extraer del campo solo lo que la ciencia y técnica nos diga y no lo que piense cada paisano en su pueblo. Es obvio que sus intereses no atienden a los de los cazadores responsables.
Hoy que tanto se habla de defender la caza y estar unidos, debería abrirse un amplio debate de que tipo de caza es exactamente la que defendemos, porque, muy a nuestro pesar, no todos abogamos por lo mismo. En el caso de la Media Veda, es un hecho que la población de tórtola común ha descendido notablemente, pero también es cierto que existe una caza adaptada a esta realidad en la cual se valora el lance por encima de la cantidad de piezas cobradas. Solo así podremos continuar disfrutando de nuestra pasión. La “otra” Media Veda, la de los cebaderos y grandes cifras, es a todas luces inadmisible, y los que nos consideramos comprometidos con el futuro del campo no deberíamos mirar a otro lado cuando contemplemos estos espectáculos que nos degradan como colectivo. Tampoco se puede permitir tratar a un ave abatida como un despojo convertido en mera cifra. La pieza merece respeto, y eso implica ser cobrada y aprovechada, por nosotros o nuestros seres queridos.

Ser críticos y censurar a los que convierten la caza en una carnicería inmoral debe ser un compromiso de todo cazador responsable. Esto es trabajar por la caza y el campo, y no recaer en los mismos discursos victimistas y antiecologistas de siempre. Los últimos artículos al respecto de algunos “grandes referentes” de la caza [3],[4] dejan al descubierto su incapacidad para articular un discurso inteligente, comprometido y autocrítico que apueste por una caza tecnificada y responsable. Dosis de corporativismo casposo y metemiedos que son un atentado contra el razonamiento lógico.

Si los órganos federativos, ONC y demás asociaciones cinegéticas relevantes siguen sin posicionarse al respecto y no exigen cambios a la administración, tendremos que ser los cazadores más concienciados los que tomemos cartas en el asunto a título personal, y dirigirnos a las autoridades para señalar a quienes nos ensucian y no sienten respeto por tan extraordinarias aves. No podemos tolerar que la codicia económica de unos, y la inmoralidad de otros, ponga en peligro la conservación de la tórtola y en tela de juicio nuestra Media Veda; porque como dijo Malcom X: "No es culpa nuestra estar en esta situación, pero sí será nuestra culpa si no hacemos nada por salir de ella"



* El descenso poblacional de la especie provoca que numerosos cazadores que antes salían al campo en busca de tórtolas abandonen esta idea tras numerosas jornadas de escaso éxito, por lo que se reduce la presión cinegética.















viernes, 28 de junio de 2013

El lobo ibérico, la ganadería tradicional y la economía de mercado


El lobo ibérico (Canis lupus) siempre ha sido una especie conflictiva en el ámbito rural. Sus ataques al ganado le han supuesto la animadversión histórica de los ganaderos, lo que derivó hace décadas en una persecución que le hizo desaparecer de la mayoría de las sierras ibéricas. Actualmente se plantea un nuevo escenario en el que la especie ha ampliado considerablemente su distribución y sigue colonizando nuevos territorios. Este hecho, que a priori debería ser motivo de alegría para los amantes del medio natural, parece estar desencadenando un supuesto conflicto entre los que no desean la presencia del lobo y los que defienden su conservación. Este desencuentro ha ocupado en los últimos meses un espacio importante en redes sociales y medios de comunicación; principalmente desde la muerte de Marley, un ejemplar radiomarcado de lobo ibérico por parte de los guardas del Parque Nacional de Picos de Europa [1]. Las circunstancias en que se produjo la muerte del cánido han generado una serie de reacciones críticas más que comprensibles; no obstante, según el diario El País el dispositivo de seguimiento ya no emitía cuando el animal fue abatido [2], aunque esto ya es harina de otro costal.

Tras el mencionado incidente fue creada la Plataforma Lobo Marley, liderada por Luis Miguel Domínguez, y en la que se aboga por una “CONSERVACIÓN A ULTRANZA” de la especie [3]. Por otro lado, existe una posición completamente opuesta a la anterior, en este caso conformada por los sindicatos agrarios y parte del sector ganadero. Estos últimos identifican al lobo como un feroz enemigo que hace peligrar sus explotaciones ganaderas y actual forma de vida. Es tal el rechazo hacia el carnívoro que en Ávila se ha firmado un manifiesto promovido por UPA-COAG, al que se han adherido numerosos ayuntamientos, y en el que se solicita que la provincia sea zona “libre de lobos” [4]. Esta postura se argumenta en la incompatibilidad del lobo con el ya debilitado aprovechamiento ganadero no intensivo. Es decir, se trata básicamente de un problema económico.
Desde luego, existe bastante espacio entre ambas posiciones, y puede que los planteamientos más sensatos y argumentados se encuentren entre medias, o aún más escorados, dependiendo de cómo se quiera ver. Es nuestra intención mostrar en esta entrada parte de ese territorio de nadie, que es con el que obviamente más nos identificamos.

Resulta evidente que la explotación ganadera de régimen extensivo y semiextensivo no es un negocio redondo, de hecho su práctica implica un importante esfuerzo diario por parte de sus responsables, además de reportar beneficios económicos muy ajustados. Dicho esto, habría que cuestionarse si existiendo únicamente lobo en la mitad norte peninsular (la población de Sierra Morena es simbólica) [5], puede considerarse al lobo la verdadera causa de conflicto en la viabilidad económica de las prácticas ganaderas tradicionales. Resulta curioso como, a pesar de que en Andalucía, Castilla la Mancha, Levante o Extremadura no hay lobo; la ganadería ha sufrido y sufre en estas regiones el mismo o peor destino que en el norte del país. Por lo tanto, puede afirmarse con todo rigor que el factor común que limita y dificulta la existencia del aprovechamiento ganadero a nivel peninsular no es el lobo, sino el bajo precio al que se pagan sus productos. Es cierto que a perro flaco todo son pulgas, y que una explotación castigada por los reducidos precios a los que se paga la carne puede verse asfixiada moral y económicamente por las pérdidas que implica un ataque de lobos. También es cierto que aunque existen ayudas para los daños causados por el lobo, la tardanza y trámites burocráticos de estas pueden generar verdadera frustración a los afectados. Sin embargo, volvemos a la cuestión principal, dichas molestias y demoras por parte de la administración serían fácilmente asumibles por los ganaderos si su trabajo estuviese justamente remunerado. 

Por lo tanto, cabe preguntarse como siendo la ganadería tradicional fundamental para la conservación de nuestro medio natural y la viabilidad del mundo rural, los actuales gobernantes permiten que la recompensa a tal labor sean unos precios de venta tan injustos, entregando a pastores y ganaderos a una economía de mercado* del sálvese quien pueda y donde solo los más grandes tienen posibilidades de sobrevivir. En la misma línea, si analizamos los problemas que afronta la gente joven que quiere ganarse la vida mediante la ganadería, veremos que existen temas mucho más conflictivos que el lobo y que jamás se hacen visibles en los medios de comunicación. Entre ellos destacan: (1) la dificultad del acceso al pasto sin tener propiedad de tierras, (2) el estancamiento de los precios de venta respecto al aumento progresivo de gastos de costes de producción, y (3) la cuestionable calidad de vida del pastor-ganadero (60 horas semanales sin fines de semana y pocas vacaciones) [6]. Es aquí, y no en el lobo ibérico, donde está el verdadero debate sobre el futuro de la ganadería tradicional.



La colonización por parte del lobo de nuevos territorios es a todas luces un valor positivo para el medio natural. Esta especie cumpliría un rol ecológico ausente durante años en la mayoría de nuestras serranías, realizando un control de los ungulados que resultaría fundamental, aunque quizás no suficiente, en numerosos montes donde el aumento de la caza mayor está empezando a suponer un problema en el regenerado del arbolado, accidentes de tráfico, caza menor, etc. Un claro ejemplo son determinados espacios naturales de Montes de Toledo y Sierra Morena donde las propias guarderías tienen que cazar anualmente cientos de ciervas y gamas con el coste que ello supone, y aún así las poblaciones están muy por encima de lo que la vegetación puede soportar. En estos casos unas buenas poblaciones de lobo limitarían el crecimiento poblacional de estos herbívoros, siendo un aliado en la gestión forestal. Asimismo, las poblaciones de jabalí tendrían mayor control, y conejos y perdices recibirían un respiro en aquellos lugares donde la densidad de estos omnívoros comienza a ser un problema para la caza menor. De hecho, esta última es la base trófica principal para algunas de las especies más amenazadas de nuestra fauna como el lince ibérico o el águila imperial. En Norteamérica ya fue demostrado que mediante un proceso en cascada, los lobos pueden regular las poblaciones de herbívoros, modificando así la vegetación y favoreciendo o perjudicando a otras especies de fauna [7]. Es, y debe ser, obligación de la Administración buscar el mayor equilibrio posible de los ecosistemas, poniendo los medios económicos y humanos necesarios para tales fines; y en dicho equilibrio necesariamente se encuentra la presencia del lobo.

Por otra parte, da la impresión de que la falta de rigor y uso permanente de la demagogia por quienes desean que el lobo jamás regrese, provoca una reacción semejante en cierto sector conservacionista. El uso de la palabra exterminio forma parte consustancial de la crítica a la caza del lobo, lo cual pone a la misma altura a ambas posturas en lo que a tasas de demagogia o desinformación se refiere. El aprovechamiento cinegético del lobo en aquellos lugares donde su presencia es estable favorece el desarrollo económico y social de las zonas rurales en que tiene lugar. Económico, porque cuando se subastan los ejemplares permitidos en cada zona se recaudan importantes sumas de dinero, dando un valor añadido al monte. Y social, porque los ganaderos perciben un control poblacional sobre el carnívoro y se mantiene una actividad que fortalece el vínculo entre aquellos cazadores que viven en la ciudad y sus pueblos de origen, con todo lo que ello implica para estas zonas. Pocos cazadores recorren 200 kilómetros para cazar un conejo, pero la motivación de cazar un lobo puede ser determinante en este sentido. También debe tenerse en cuenta que el mundo rural tiene sus propias inercias, nos gusten o no. Es decir, si el lobo aparece en grandes fincas del sur peninsular y no se percibe a medio plazo como un beneficio para la propiedad, o lo que es lo mismo, que en un futuro se pueda cazar; pues será planteado como una alimaña que solo puede acarrearles molestias. Entonces si que se correrá el riesgo de que los guardas de estos lugares limiten seriamente la expansión de la especie y su conservación. Por espinoso y complejo que pueda parecer esto último, los contextos sociales no pueden cambiarse de un día para otro, pero una gestión eficaz debe tenerlos en cuenta. Es decir, plantear la caza como algo factible al sur del Duero a medio plazo podría favorecer la conservación y expansión del la especie en las regiones más meridionales; y desde luego, no es ningún disparate si se lleva a cabo correctamente.
Afirmar que la caza legal pueda exterminar al lobo es negar las circunstancias que han provocado su avance en los últimos años; que no son otras que las que han favorecido a la caza mayor en general: el abandono del monte y la matorralización progresiva de hábitats forestales y agrícolas. Si a esto le sumamos la astucia del animal y la dificultad de su captura, es obvio que en un mundo rural pseudo-abandonado la caza deportiva no es un peligro para una especie en franca expansión. Otro asunto son las distintas sensibilidades y cuestiones morales al respecto.

La recolonización de nuestros montes por parte del lobo ibérico es una oportunidad para generar un medio natural más equilibrado y diverso. Por lo tanto, el conflicto que se plantea con la ganadería tradicional habría que llevarlo a otro ámbito de debate: ¿Por qué la ganadería tampoco resulta rentable en aquellos lugares donde no hay lobo? Solo así se podrá abordar con seriedad cual es el problema real de este colectivo, que es el mismo que el de la agricultura: no se paga un precio justo por sus productos. Resulta incongruente criticar la presencia del lobo por sus daños económicos a los ganaderos, sin antes señalar a una economía de mercado que poco a poco lleva a los sectores tradicionales al colapso o a prácticas incompatibles con la conservación del medio natural. En la actual coyuntura política en la que tanto el partido gobernante (PP) como sus equivalentes ideológicos en la oposición (PSOE-UPyD-CIU-PNV) son entusiastas de la economía de mercado más irracional, es decir neoliberales; la única alternativa que puede enmendar los injustos precios de mercado son los circuitos de comercio justo. En ellos, la ausencia de intermediarios y la valoración económica por parte del comprador de las prácticas respetuosas con el medio ambiente, generan unos precios dignos para el productor y permite la viabilidad económica de sus explotaciones tradicionales. No obstante, a día de hoy solo la ciudadanía más concienciada acude a estas alternativas, por lo que a medio plazo urgen soluciones estructurales que solo son viables si están acompañadas del necesario cambio político (y no de partido) que urge en nuestro país.

Puede que uno de los grandes retos del futuro sea que la ciudadanía asuma que existe vida fuera de un sistema de mercado ultracompetitivo. Negar el verdadero problema de base solo convertirá la frustración de los que se ahogan económicamente (en este caso los ganaderos) en una pelea contra el lobo o contra su vecino, pero nunca contra lo que se asume como inamovible o, en el peor de los casos, como dogma de fe.


* Cuando se utiliza el término economía de mercado se aduce al fanatismo ideológico que actualmente deja personas sin casa y casas sin personas, y no al método de transacciones que tradicionalmente ha marcado los precios de los productos en función de la oferta y la demanda.


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[7] Berger, J., Stacey, P.B., Bellis, L., Johnson, M.P. (2001). A mammalian predator-prey imbalance: grizzly bear and wolf extincion affect avian Neotropical migrants. Ecological Applications, 11: 947-960. http://web.dbs.umt.edu/bergerlab/images/stories/39.pdf