lunes, 2 de febrero de 2015

El último bando





Parece que fue ayer cuando con las primeras luces del amanecer caminábamos sobre aquellos barbechos todavía helados por la escarcha para intentar volar las perdices hacia los rastrojos. Hacerlo más tarde, una vez comenzara a calentar el sol, suponía atravesar verdaderos cenagales intransitables que sumaban kilos de barro a nuestras botas. En esas sufridas caminatas con guantes y ojos llorosos por el frío invernal era común observar cómo, tras agrupar varios bandos, llevábamos casi un centenar de perdices apeonando delante nuestra. Era a partir de media mañana cuando éramos capaces de cansar y situar a algunos pájaros en las zonas con algo de pasto y matorral para que finalmente se acabaran aplastando. En aquellos días, hará ya unos 10-12 años, disfrutábamos de magnificas jornadas de caza, en los que apenas un pequeño porcentaje de las patirrojas del coto era capaz de proporcionarnos numerosos y diversos lances.

Algo dificil de olvidar fue lo ocurrido la última jornada de caza de una de aquellas temporadas. Después de una larga mañana moviendo a un nutrido grupo de perdices, estás consiguieron torearnos y las perdimos de vista. Así, justo cuando llegabamos de vuelta a los coches sin entender donde se habían metido, vimos cómo en la lejanía arrancaron el vuelo más de cien pájaros. Aquello tuvo sabor agridulce. No fuimos capaces de acercarnos a ni una sola de esas perdices despues de varios vuelos, pero abandonamos el lugar con la grata sensación de haber dejado madre, y mucha. Esta anécdota cobra su verdadero interés por lo ocurrido en la temporada siguiente. Pasada la primavera, nos resultó extraño que viéramos tan pocas polladas, tanto en el descaste como en la media veda; pero le quitamos importancia. Llegó la general y las hipótesis más negativas se cumplieron: apenas quedaban cuatro reducidos bandos en un coto de 500 ha. ¿Dónde quedó la densidad del año anterior, donde el último día contabilizamos al menos 100 ejemplares que sobrevivieron al invierno?

Aún no sabemos los motivos concretos, pero sí que desde esa temporada la densidad de perdiz jamás volvió a sus valores anteriores. Con el tiempo nos fuimos enterando que esta situación también estaba ocurriendo en los cotos aledaños, es decir, no era algo puntual. Paradójicamente, en esa época los escasos linderos del coto fueron siendo poco a poco devorados por los cultivadores, y empezó a ser común ver tractores arando los rastrojos en pleno verano. Asimismo, alguna que otra carretera de nueva construcción atravesó el coto, convirtiendo el antiguo arroyo que serpenteaba por uno de los valles en terraplenes, asfalto y pequeñas escombreras de restos de obra. Eran tiempos en que se oía con frecuencia aquello de que España iba bien, y que el progreso recorría nuestro país.

Como era de esperar, el número de perdices fue reduciéndose cada año, con la excepción de alguna temporada donde en vez de tres bandos había cinco, pero la tendencia era clara. A día de hoy, las escasas descendientes de aquellas numerosas perdices que corríamos por barbechos y rastrojos se refugian en las cercanías de la carretera, que es donde queda algo de vegetación herbácea y refugio ante los predadores. Aún, cuando visitamos el coto en verano es posible incluso ver alguna pollada. No obstante, en invierno las escasas patirrojas supervivientes tienden a reunirse y pasar la estación juntas, normalmente en un único bando de unos 10-15 individuos.




Hoy cazar una de estas perdices, lejos de resultarnos atractivo, supone un acto de melancolía e irresponsabilidad; por eso hace años que dejamos de siquiera intentarlo. En contadas ocasiones, cuando salimos a cazar algún conejo en la General, tenemos el privilegio de ver volar a lo lejos a ese último bando, siendo a la par un símbolo de nostalgia y supervivencia. Sin embargo, queremos pensar que estas bravas aves nos están dando tiempo, y en un grito mudo nos piden una agricultura que no pulverice veneno en el lugar donde crían a sus perdigones, y que les devolvamos los linderos donde ubicaban sus nidos y esquivaban a los predadores. No dejemos a los últimos bandos a su suerte, y sobre todo, no dejemos que con el tiempo lleguen a ser también un mero recuerdo.



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martes, 2 de diciembre de 2014

La casta cinegética y la utilización política de la caza

















Hace escasas tres semanas, fue publicado un artículo denominado: “La casta y la caza. El neocaciquismo del siglo XXI” [1] en relación a la decisión del Gobierno del PP de permitir la caza en los Parques Nacionales [2]. En dicho artículo se planteaba la estrecha relación existente entre la actividad venatoria y los terratenientes, banqueros y grandes empresarios. Afortunadamente, la autora, Yayo Herrero, no utilizó la controversia para descalificar la actividad cinegética, sino para denunciar la impunidad con la que sujetos pertenecientes al poder económico con gusto por la caza utilizan su influencia política para hacer lo que les viene en gana por encima de los intereses generales del país y sus ciudadanos. De hecho, el texto acaba con una mención a Miguel Delibes, un referente incuestionable de la caza racional y social.

Desgraciadamente, no todas las voces del conservacionismo tienen la altura intelectual y capacidad crítica que atesora Yayo Herrero. Así, noticias en las que individuos corruptos que están saqueando el país son mostrados cazando o en actividad ostentosa con sus trofeos (véase Miguel Blesa, Arturo Fernández, Jaume Matas o Francisco Granados) [3,4,5], favorecen tanto las críticas destructivas hacia la caza como la proyección mediática de que la cinegética es una actividad practicada esencialmente por miserables. Esta visión reduccionista de la venatoria generada por su imagen televisiva (El Rey y su elefante, Blesa y sus trofeos) y reforzada por las críticas más viscerales de cierto sector animalista, aleja cada vez más a la ciudadanía de la realidad de un aprovechamiento natural que, bien practicado, implica grandes beneficios sociales y económicos.

Resultaría lógico pensar que ante tal deriva mediática de la percepción social de la caza, los supuestos portavoces o representantes de los cazadores habrían marcado un camino firme que permitiera al ciudadano comprender que la caza es algo más que negocios y trofeos. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La reciente defensa de la caza en los Parques Nacionales por parte nuestros supuestos “representantes” demuestra que estos sujetos son capaces de denostar la imagen del conjunto de los cazadores en beneficio de los intereses y caprichos de unos pocos privilegiados [6]. Desde este blog hemos denunciado la tibieza con la que desde Federaciones y organismos cinegéticos han venido reaccionando a la supresión de los cotos sociales y terrenos libres [7]. Curiosamente, los mismos que callan ante estas situaciones que impiden cazar a miles de aficionados por su falta de poder adquisitivo, ahora ponen el grito en el cielo para defender que los grandes propietarios puedan cazar en sus fincas situadas en Parques Nacionales. Resulta más que paradójico que en nombre de la venatoria se defiendan los intereses particulares de individuos como Alberto Cortina, Alberto Alcocer, Alejandro Aznar… que en muchos casos tienen otras fincas para cazar, y en todos la capacidad económica para hacerlo en cualquier otro lugar. Para quien lo desconozca, la catalogación de Parque Nacional se utiliza con excepcionalidad para preservar ecosistemas emblemáticos [8]. Teóricamente, aunque exista un sinfín de excepciones, los aprovechamientos forestales están prohibidos en los Parques Nacionales. Así, en un lugar como Doñana no se pueden hacer cacerías de patos ni talar árboles con fines lucrativos. Esta atípica protección solo está asociada a este tipo de espacios catalogados (0,7% del territorio del Estado), ya que es sabido que tanto en Parques Naturales como en zonas Z.E.P.A. o L.I.C. la caza y el resto de aprovechamientos naturales son permitidos y considerados compatibles con la conservación de dichos espacios. Por tanto, dada la excepcionalidad de los Parques Nacionales, sumada a la tensión creada entre intereses particulares e intereses generales, lo más sensato por parte de los supuestos representantes de los cazadores hubiera sido no haber defendido la caza dentro de ellos. Dicha restricción habría resultado un asunto sin influencia real para la absoluta mayoría de los cazadores. Sin embargo, y una vez más, los intereses de cuatro propietarios han dilapidado la imagen social de centenares de miles de aficionados, permitiendo que el nombre de la caza sea de nuevo relacionado mediáticamente con los privilegios de la casta empresarial de este país.

Este tipo de situaciones no puede explicarse sin que a estos supuestos “representantes” de la caza les pesen más sus intereses particulares, ideológicos o partidistas, que los de los propios cazadores; y es que dentro de la caza tenemos nuestra propia casta. Son repetidas las ocasiones en las que tanto los intereses de los cazadores como la conservación de nuestros cotos son ninguneados, ya no por el Gobierno o sectores animalistas, sino por una casta de directivos y representantes anclada a las federaciones de cazadores y otros organismos cinegéticos que están llevando a la caza hacia su propio harakiri. A estos sujetos se les reconoce con facilidad ya que reproducen las conductas sociales más típicas de su estirpe: perpetuación en los cargos, mediocridad en la capacidad para desarrollar sus funciones, anteposición de intereses privados a los de la conservación y fomento de especies cinegéticas, actitud descaradamente partidista, etc. Al igual que en los partidos políticos, prefieren que su institución se vaya a pique con tal de no abandonar la poltrona, en lugar de echarse a un lado y facilitar que su organización sea una herramienta útil para la ciudadanía (los cazadores en nuestro caso). Se trata de personas afincadas en instituciones, que en connivencia con sus redes de afinidad, jamás abandonarán el cortijo. Estos señores son perros fieles de los gobernantes de su cuerda, y ya puede estar el campo ardiendo que como la mecha haya sido prendida por sus amos callarán y justificarán hasta la saciedad (paripés incluidos).

Desgraciadamente no nos inventamos nada, son hechos a la vista de todos. Cómo puede explicarse si no que un sector como el cinegético, con cientos de miles de aficionados, apenas vea cumplidas sus reivindicaciones. Muy sencillo, representantes vendidos y fieles a intereses particulares que permiten a los Gobiernos tener a los cazadores controlados mientras nuestros cotos son degradados en pro de beneficios privados. Y para muestra un botón, las asociaciones ecologistas con apenas unos miles de afiliados son capaces de desarrollar multitud de campañas con influencia tanto en Gobierno como en la ciudadanía; y no porque sus reivindicaciones sean más legítimas que las nuestras (en realidad nuestros intereses son mayoritariamente comunes), sino porque sus organizaciones son democráticas y sus objetivos se sitúan por encima de intereses particulares. No obstante, hay que resaltar que, al igual que en partidos políticos y sindicatos con altos grados de corrupción, existen multitud de personas trabajadoras y honestas que desde dentro de las Federaciones y otros organismos similares están haciendo una gran labor; aunque desde fuera cueste entender que aguanten y legitimen con su presencia tanto mamoneo.





Nuevos tiempos

El hecho de que los cazadores no tengamos organizaciones democráticas ni voces honorables que defiendan fielmente tanto el campo como la caza responsable, nos sitúa en una tesitura muy delicada dados los precedentes históricos. Por un lado, el mencionado partidismo y los intereses particulares de muchos de los principales dirigentes federativos de este país suponen que en un previsible escenario político donde los partidos tradicionales perderán la mayoría de apoyos electorales, la caza sea utilizada como arma arrojadiza contra las opciones políticas emergentes. De hecho, algunos reaccionarios ya van haciendo sus pinitos [9]. Como se mencionó anteriormente, no son hipótesis, sino hechos contrastados. Ya ocurrió con la famosa manifestación contra Cristina Narbona [10], donde la mayoría de cazadores que se manifestaron eran incapaces de describir qué supuestas amenazas contra la caza existían en esa ley. Aquella ley no se derogó, seguimos cazando con normalidad y (como era previsible) la amenaza no era en absoluto tal y como la pintaron. No obstante, que nadie se confunda; el PSOE, como cara amable del bipartidismo, poco o nada ha hecho por la caza y el campo español, así que no seremos nosotros quienes les defendamos. Sin embargo, aquella fue a todas luces una manifestación con intereses políticos, auspiciada por los grandes propietarios y con el apoyo de las Federaciones, que utilizaron el miedo (como hacen algunos políticos) y la pasión de los aficionados para movilizar a miles de personas contra aquel Gobierno. Afortunadamente, hubo dignas excepciones críticas como la de Juan Delibes, de casta le viene al galgo [11]. Conviene por tanto recordar que existen intereses económicos y políticos que sacan redito de que los cazadores nos sintamos amenazados por los ecologistas o determinadas opciones electorales; y consiguen que el verdadero conflicto (la desaparición de especies emblemáticas como la perdiz roja o la accesibilidad económica a la caza) pasen a un segundo plano [12]. Podríamos incluso encontrar paralelismos con los discursos más viscerales en contra y a favor de la independencia catalana; uno da votos en Madrid (PP) y otro da votos en Barcelona (CIU), pero en ambos lugares los problemas más graves de la gente pasan a un segundo plano. 

Los cazadores responsables que luchamos por un caza racional, la conservación del medio natural y el fomento de nuestras especies cinegéticas, debemos apostar por organizaciones venatorias democráticas que aglutinen nuestras voces y visibilicen la crudeza del fatídico momento que vive la caza menor en nuestro país. Si seguimos permitiendo que tomen sin permiso nuestra voz para ser utilizada con fines de dudosa ética, la defensa de la caza seguirá siendo utilizada contra nuestros propios intereses y en beneficio de unos pocos. Marcos Pedregal marcó la senda del camino con S.O.S. Salvemos la Perdiz Roja, y su franqueza y principios morales le valieron la animadversión y ninguneo de gran parte de la casta cinegética [13]. Aprendamos de los errores, y que la próxima iniciativa nos lleve a buen puerto. No hay otra alternativa.



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